A mi parecer, nacionalismo, separatismo, independentismo, secesionismo... vienen siendo más o menos, la misma cosa, pues entìendo que el fin último es la independencia o segregación de los territorios que reivindican. Pero no ha de olvidarse que el separatismo no consiste en la búsqueda de un determinado objetivo político sino en una mentalidad, en torno a la voluntad de separación como colectivo y a la obsesión por diferenciarse, por apartarse, por excluirse o excluir a otros.
La manipulación nacionalista, siempre proclive al rencor, el nacionalismo se aprovecha de la diferencia para separar, rechazando los elementos comunes entre los pueblos y extirpando de la propia nación toda diferencia; étnicas, lingüística, religiosas, deportivas, musicales, sexuales...
La más grave herencia del separatismo, que tan a sus anchas se siente en las aguas más turbias de la cultura, no es, en último extremo, la secesión política, la independencia, sino, y con mucho, la separación espiritual, el poso de rencor que, gracias a él, se ha ido decantando año tras año, mentira tras mentira, en las mentes de los hombres y la memoria colectiva. A mi entender, y limitándome a lo que más de cerca nos toca, el separatismo, es la explotación de un peculiar sentimiento regional, a manos de algunos sectores de la elite local, no, por los más sobresalientes, que han producido en la polación un fenómeno de moda, imitación o contagio. Más allá de todo esto, la única razón es separarse de un modo u otro de España, y no es imposible que, al cabo, lo logren, auxiliados involuntariamente por alguna derecha cerril o vergonzante y alguna otra izquierda rencorosa, oportunista o reidora de gracias.
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