viernes, 27 de mayo de 2022

Añorando la juventud


Cuando cae la tarde, al final de los años, los recuerdos se inclinan como las ramas de los árboles de un bosque abandonado. El perfume del aire convoca la primera niñez y me hace regresar hasta un lugar donde aguardan las horas más hermosas, a un patio en el que aprendí el lenguaje del agua y los jazmines.

¡Allí está!. He visto cómo me mira y sonríe. No se ha ido. Espera en aquel preciso santuario, universo donde las cosas y los lugares mantienen, intactas, sus promesas: el amor adolescente, el candor inagotable, las canciones, el camino de los naranjos o el olor de las manzanas de oro: los destellos más altos, los himnos de las victorias.

Mirándote a los ojos, contemplando tu rostro, sé que tú estás y que soy yo, quizás, el extraviado, el abatido, el ausente, y que ya no encuentro las palabras con que nombrar lo que tanto amas. Sin ti no me quedan ojos con que mirar desde mi corazón de niño, pues mi existencia es un extraño naufragio, desdén del tiempo y despojo de mis últimos combates.

Cuando cae la tarde quiero llegar hasta el fondo de las aguas, hasta el abismo de tus ojos, aquellos que encendieron banderas en las terrazas de mi alma, y rescatar de tus rojas sienes promesas por cumplir, y oír tu voz susurrarme: todavía, todavía,…

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