lunes, 9 de diciembre de 2019

El poder de la prensa


Grandísimo es el poder que la prensa tiene en nuestras sociedades. Los destinos políticos de los pueblos dependen de ella en buena parte. Ella crea reputaciones políticas, improvisa personajes, los encumbra cuando bien le viene, y cuando bien le viene los abate. Muchísimas veces, la orientación que ella marca, mala o buena, es la que se sigue, sin  que los que tienen obligación de señalar por sí mismos rumbo, se atrevan a separarse del trazado por los periódicos; al menos, por ciertos periódicos, cuando la prensa se empeña, hace en un dos por tres famoso, ilustre, notable, distinguido a quien bien le cuadra, ya por su ciencia, ya por su virtud, ya por su capacidad militar, artística, industrial, ya por su elocuencia, ya por cualquier cosa. Nadie, en el día de hoy, deja de considerar a la prensa como un factor importantísimo, con el que es preciso contar para todo ; como un colaborador imprescindible para toda obra, grande o pequeña, si se quiere que ésta obtenga éxito favorable; como un censor que le sigue a uno a todas partes, y al que es necesario tener contento. Por eso la agasajamos tanto y solicitamos, mendigamos o compramos, según los casos, su concluso, su reclamo, su bombo o su silencio. Casi no nos atrevemos a salir de casa una sola vez, sobre todo si somos célebres y personajes, o aspiramos a serlo sin llevar a nuestra vera a un periodista que sirva como de fiel de hechos y de pregonero, todo en una pieza, de nuestros pensamientos, nuestros discursos, nuestras conversaciones, nuestras hazañas; hasta de los lugares que visitamos, los viajes que hacemos, el número y calidad de las personas que asisten a nuestras bodas y bautizos, el color de los trajes que visten y los regalos que nos hacen. La intervención del periodista en los actos de la vida de todo el mundo se va haciendo de día en día más indispensable. Pudiéramos decir que representa algo así como el condimento indefectible, el perejil de todos los guisos de la vida social moderna. Condición indivisible del periodismo, con necesidad cada vez mayor, es su omnipresencia. Ese reportero, con que a cada paso nos tropezamos, y de quien a menudo nos mofamos tiene mayor fuerza que un rey y que un ejército, porque hace lo que no puede hacer el ejército ni el rey: llevarse muchas voluntades consigo, formar opinión y arrastrarla.
De este enorme poder tiene conciencia quien lo usa. Y es claro, que tanto puede constituir un peligro temible, por prestarse al abuso, como un medio excelente de saneamiento y educación social. No hay mal que no pueda trocarse en bien, o mejor dicho, ninguna cosa es mala ni buena en sí misma; la bondad o maldad nos la comunican al señalar tal o cual fin y encaminarla a la consecución del mismo. No hay armas que sean por sí mismas mortíferas, ni sustancias siempre y en todo caso venenosas; quien convierte aquéllas y éstas en instrumento de muerte es la prensa que puede emplearlas también para fines buenos o salvadores. No debe calificarse el arma por lo que ella sea, sino en atención al que la maneja y al intento con que la maneje; las mejores cosas pueden tornarse malas cuando se hacen servir a malos fines, y al contrario. Y esto es lo que acontece con la prensa; como la libertad, como la enseñanza, como todo, es del temple de la espada del héroe: que lo mismo puede servir para hacer daño que para curar.
Si la prensa cumpliera escrupulosamente su misión, convirtiéndose en espejo fidelísimo del estado social, en órgano de la conciencia pública en cada momento, ¡ qué fuerza la suya ! la prensa es un poder en el Estado, si algún día llegara a limpiarse de la herrumbre que al presente la come, a remozarse y purificarse, tomando en serio la función que le cumple llenar, ese día la prensa no sería un poder, sería el solo poder existente. Imagínemos una prensa digna y verdaderamente imparcial, que no se vende, no ya sólo por dinero, sino por cosa que al cabo pueda traducirse en dinero: por credenciales, por almuerzos, por favores de mil clases, por localidades del teatro o por tener entrada en las fiestas de tal o cual dama o de tal o cual personaje; imagínemonos una prensa encomendada a gentes de competencia y lealtad, que no habla de nada sin enterarse bien antes, que dice todas las cosas tal cual son, con dignidad, con el deseo único de contribuir al bien colectivo, sin dobleces, sin ruindades; una prensa de las que no tienen que andarse rectificando, porque en todo caso informa con exactitud y escrupulosidad, no dando bombos a cambio de subvenciones, no fabricando reputaciones artificialmente, a fuerza de apurar, en favor del amigo, o del que paga, o del personaje del propio partido, una prensa que, imperturbable, serena, desapasionada, con gran prudencia, con gran mesura, dice de cada uno lo que cada uno merece, no más ni menos de lo que merece; una prensa que, sin animo de lucro y sí sólo cumplir con un deber, que todo el mumdo lea «como en libro abierto», hasta donde ello es posible, en el alma de los demás, y conozca su vida y sus procederes; imagínemos, repito, una prensa que persigue el cumplimiento de tales fines, y no habrá poder alguno capaz de contrarrestar su empuje. Una prensa así sería como el foco donde vendrían a converger todas las fuerzas sociales, sería el órgano genuino de la conciencia social y de la opinión pública, ese órgano que los Sociologos, Filosofos y políticos parece que no han podido o no han querido encontrar hasta ahora. Con una prensa semejante, habría opinión pública de verdad (cosa que hoy no ocurre), y la opinión pública, que todos formaríamos, porque todos nos consideraríamos representados por la prensa influiríamos en ésta hasta sin quererlo, vendría a ser realmente la «reina del mundo». Y dando la soberanía a la opinión pública, cesarían ipso-facto todas las demás formas de soberanía, autoridad, poder y coacción existentes hoy, implantándose aquella situación social que no pocos preconizan como muchísimo más justa que la presente  V en la cual el miedo a la simple « reprobación moral», a la censura pública, puede sustituir con ventaja a los resortes de que nos servimos actualmente para conservar el orden, tales como el empleo de la policía, de la guardia civil, del ejército, del juez, del verdugo, etc. En las personas y en las colectividades que han conseguido elevarse a cierta altura intelectual y moral, puede ejercer más influjo, para mantenerles en el cumplimiento de sus deberes.
La prensa puede recoger en este sentido la herencia, hoy vacante, de la censura romana, advirtiendo que podría llevar a ésta la ventaja de no ser, como ella, una institución oficial, sino una institución, por el contrario, enteramente libre, como conviene a un estado social de libertad en que no haya más poder coercitivo que el poder de la opinión pública bien poco ejerdido, por cierto.
Claro esta que un poder tan inmenso como el de la prensa, puesto en manos inhábiles o mal aconsejadas y dirigidas, lleva consigo graves peligros. Y tal es, por desgracia, el caso de la mayoría de nuestros periódicos y canales de televisión. Los cuales, por mil motivos concurrentes, utilizan casi siempre en mal sentido y para malos fines el arma potentísima de que disponen. Por triste y duro que sea, no hay más remedio que decirlo: en la actualidad no existe prensa honrada, seria, imparcial y digna. Lo sabe todo el mundo. Cuantos periódicos han tratado de mantenerse independientes y han tenido que dar en tierra. 
Lo que equivale a decir que los órganos de la prensa son mercancías puestas a pública subasta. Da vergüenza ver los telediarioslos más solicitados: todas las informaciones que en ellos se dicen, desde la cabeza al pie de imprenta, y aun después, están denunciando su carácter de mercancías y que como tales son pagadas; pagadas con dinero, con actas de diputado, con asiento en tal o cual corporación, con sueldos de ministro, de gobernador.  Y cuando nadie ignora que tales cosas ocurren, ¿ qué fe puede inspirar la prensa, ni qué fuerza verdadera puede ésta tener ? Y estoy perfectamente seguro de que hay infinidad de gentes que piensan lo mismo que yo, aunque pocas se atreven a decirlo.

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