sábado, 8 de septiembre de 2018

Revolución social

El hombre debe ser respetuoso con toda vida, con cada ser humano. Y para que una revolución sea social es imprescindible que las masas estén poseídas de un espíritu de voluntad de realizar una vida nueva y respetuosa con cada vida humana. Entonces el éxito de la revolución estará asegurado y no habrá ningún peligro para ella por parte de algunos reaccionarios. Pero si las masas no poseen la buena voluntad de sacrificio para el bien común y el amor al prójimo, entonces será inevitable una reacción y se creará un nuevo poder, una nueva esclavitud y un nuevo gobierno de una u otra forma y composición. 
Todos los argumentos de los partidarios de una dictadura, de un poder revolucionario, de un poder obrero, de una dirección en la revolución, se reducen en general al miedo que el pueblo no sea bastante consciente y compenetrado con el espíritu anarquista. Pero si eso sucediera, nada ni nadie lo podrá hacer por el pueblo. Y son ilusos los que se creen predestinados a salvar al pueblo contra su propia voluntad. Las tiranías más funestas se crean justamente gracias a tales salvadores. Un salvador es siempre un tirano, y un tirano sanguinario e inhumano.
La historia de la humanidad enseña, sin dejar lugar a dudas, que solamente las masas humanas mismas podrán librarse del yugo del poder y de la explotación. Mientras los que pretenden convertirse
en salvadores de la revolución y del pueblo inevitablemente llevarán la reconstrucción social a un fracaso completo. Porque una de las dos: o las masas serán conscientes y póserdoras de un espíritu antiautoritario, o no habrá revolución social.
Muchos piensan y creen sinceramente que todas las divergencias responden tan sólo al capricho y la deshonestidad de personas aisladas, o a su mala voluntad. Pero en realidad todas estas divergencias son la consecuencia del desconocimiento o de la diferente interpretación del proceso de la vida y de la esencia de la revolución social. Este mal entendimiento fundamental ocasiona un daño enorme a la obra de emancipación de la humanidad. Este mismo mal, que es la esencia de las divergencias existentes, lleva a los hombres a que la discusión de sus divergencias substanciales degenere en una lucha fratricida y quede reducida a asuntos personales. Estas luchas sin sentido ni contenido y las discusiones personales rebajan también las ideas y perjudican enormemente la aspiración de las masas trabajadoras y humanas de emanciparse y, especialmente, de realizar la reconstrucción social. 
Hay dos interpretaciones fundamentales del origen y del desarrollo de la vida social. Una que considera que la vida fue creada y es mantenida por fuerzas sobrenaturales y extrañas a la vida natural y social: por la voluntad de un dios, de dioses o de héroes, por la predestinación, por la necesidad histórica, etc. Otra, que considera que la vida no es más que una manifestación, en diferentes formas, de la Naturaleza y de las propiedades de la energía y de la materia, cuyos orígenes son aún desconocidos para los hombres, y cuyas manifestaciones son limitadas por las posibilidades naturales únicamente. Que la vida no es más que una mayor o menor armonía de las fuerzas que la componen. Y que la vida humana y social no es más que una síntesis, que una resultante de las vidas y actividades de las personas que participan en ésta.
El primer concepto es religioso-fatalista y monista, y presupone que un solo factor fundamental y una sola causa determinan el origen y el desarrollo de la vida. El segundo reconoce la existencia y la acción en la vida de una serie ilimitada de factores y de causas, no reconoce ningún factor fundamental que dominaría a los demás, y es pluralista. Considera que en la vida colaboran todos los factores existentes, no pudiendo ninguno de ellos ser considerado como el más importante. De estos dos conceptos principales emanan, con alguna inclinación hacia uno u otro concepto, todos los demás.
Esta misma diferencia en los conceptos sobre el origen y el desarrollo de la vida en general conduce a distintas interpretaciones de los caminos del desarrollo de la vida humana, y de tal o cual fenómeno de la vida social o individual.
De la misma diferencia arranca también la distinta interpretación de la evolución y de la revolución y, especialmente, de la revolución social.
El vapor que se acumula en las calderas busca salida y empieza, naturalmente, como resultado del exceso de energía, a abrirse camino hacia el exterior, y adopta formas nuevas, otras maneras de ser. Pero si en su camino encuentra paredes herméticamente cerradas, que le impiden la libre salida, el vapor hace explotar la caldera, y su energía, su acción revolucionaria, es a veces destructora y mortífera.
La evolución y la revolución son fenómenos naturales en la vida de la Naturaleza y están íntimamente ligados uno al otro. La revolución es la consecuencia inevitable. de la evolución. Solamente un ignorante completo, uno que no conoce los procesos naturales del desarrollo de la vida, puede pretender acumular vapor en una caldera y que no se manifieste, o concebir un nuevo ser que no naciera.
El mismo exceso de energía también es la fuerza que conduce al individuo a la actividad, e inevitablemente a nuevas manifestaciones de sí mismo.
Si el individuo acumula energías en el dominio del arte o de las ciencias, ello lo impulsa hacia el cambio de las formas o del contenido del arte o de las ciencias, y si lo hace en la región de las
relaciones individuales y sociales, su impulso se dirigirá hacia la alteración de las formas y del contenido de estas relaciones. Alterándose el hombre mismo cada momento, cada hora, cada día, el individuo altera también la vida que le rodea. A veces hacia lo mejor, a veces hacia lo peor. Pero cada individuo cambia continuamente. Uno en un círculo estrecho, el otro en uno más amplio. Uno en una esfera, otro en otra.
¿Qué puede ser más salvaje que una riña a puñetazos entre dos hombres? Pero como los gladiadores fueron el símbolo de la Roma antigua, así los boxeadores son los símbolos de la sociedad contemporánea. Esperemos que la civilización y la cultura contemporáneas no correrán la misma suerte que los de la Roma antigua. Y que los hombres serán capaces de impulsar su vida siempre hacia delante, no permitiendo que ella se descomponga, estanque o retroceda. Pero el hecho bochornoso y vergonzoso queda: que los boxeadores, muy a menudo completamente idiotizados, son el símbolo de la fuerza física y material que predomina en las sociedades existentes. La riña de dos hombres, que no tienen ningún otro valor que sus puños, influye en los ánimos de muchos millones de hombres en todo el mundo, mucho más que cualquier acto de cualquier hombre de ciencia o de arte, y sus riñas despiertan el más salvaje patriotismo y los sentimientos más bajos y más repugnantes hasta en la juventud y en los niños. La idolatría de un Mussolini, de un Pilsudsky, de un Hitler o de un Lenín y de un Stalín, es la idolatría del más fuerte, de la fuerza física y brutal. Pero es innegable que la actividad de estos hombres brutos, amorales, malvados, ignorantes y a veces perversos, influya en la vida de los hombres y en la educación de los niños.
En general, toda manifestación de cualquier individuo tiene su valor y su influencia. Con la diferencia, que mientras la de unos es buena, progresiva y útil para los hombres y sus convivencias, la de los otros es inútil, perjudicial, regresiva y obstaculiza el desarrolló de la vida de las personas, de las sociedades y de la humanidad. 
Esta influencia de personas y de fenómenos aislados en todos los dominios de la vida, es inmensa e inmensurable. Ellos crean toda la vida social.
Estos fenómenos estimulan o dificultan el desarrollo de la vida; estimulan o dificultan la creación de nuevos valores y la posibilidad de crear nuevas, formas de relaciones personales y sociales.
Una influencia permanente, constante e incesante, de personas y fenómenos, obra sobre la vida individual y social de los hombres. Y una vez acumulada la energía, la fuerza activa, ésta empieza a manifestarse en una u otra forma, de uno u otro modo: creándose nuevas formas progresivas, útiles y necesarias para la vida, unas veces, y reaccionarias, inútiles y perjudiciales, otras.
La mayoría de los hombres todavía actúan según el ambiente en el cual se mueven. Pero el ser consciente determina él mismo hacia dónde dirigirá sus energías: hacia la creación y el mantenimiento de formas de vida individual y colectiva regresivas, destructoras y obstaculizadoras del desarrollo, y crecimiento de la vida intensa y de bienestar y libertad común, o hacia la creación y el desarrollo de formas nuevas, progresivas y que liberten la vida, emancipen la personalidad humana y abran todas las puertas para el crecimiento, desarrollo y manifestación de la vida intensa.
De esta disparidad de conciencias y de conceptos dimana toda esta multiformidad de ideas De las distintas interpretaciones de los fundamentos y del desarrollo de la vida, de los distintos conceptos sobre los caminos que debe seguir una revolución, se ha creado toda una multitud existente de ideas, de ideologías, agrupaciones y programas.
Mas esta disparidad de opiniones y conceptos es una cosa inevitable en la vida social, porque los temperamentos, la preparación y las capacidades de los hombres son diferentes y varían mucho.
Y sería absurdo querer suprimirlas. La práctica marxista en Rusia, la fascista en Italia, la nacionalsocialista en Alemania han demostrado claramente que nivelar las opiniones y los conceptos y sujetar a los hombres a una idea definida, significa suprimir la personalidad humana, matar el espíritu creador en los hombres y convertir la sociedad de seres conscientes en un rebaño de animales sordomudos, porque hasta un animal se rebela contra una injusticia; es anular la voluntad creadora en el hombre, reemplazándola por la sumisión y la obediencia a ciegas. Porque un hombre sumiso es un esclavo, y una sociedad sin libertad es una convivencia anormal, condenada a la extinción y a la desaparición. En los hombres de tal sociedad se atrofian la voluntad, la capacidad intelectual y moral, la iniciativa y la fuerza creadora. Mientras el progreso es obra de hombres libres, capaces de pensar y activar sus ideas, y jamás de esclavos o de rebaños. Aparte de que la naturaleza del hombre es contraria a tales fenómenos anormales y que siempre busca a expresarse, a saber más y a activar lo que piensa y sabe; y busca y encuentra la posibilidad de ser libre y activar su iniciativa propia. La Rusia de los zares fue el mejor ejemplo de esta verdad, y la práctica dictatorial de Lenín, Mussoliní o Hitler lo confirma. Y no se puede dudar ni por un momento que los experimentos dictatoriales y de nivelación que se hacen ahora en muchos países llevarán a un nuevo resurgimiento del espíritu de libertad, de iniciativa y de acción en los hombres, en la mayoría de los hombres. 
La vida no se detiene ni por un momento y marcha, siempre adelante y arriba.

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