jueves, 10 de diciembre de 2020

La transición

Fueron tiempos de ilusión y desencanto. Todos esperábamos que el paso de la dictadura a la democracia se hiciera sacando del poder a los de antes. Pero no fue así. Los partidos de la oposición, abandonando la vía del derribo del Franquismo, contra el que habían luchado durante treinta largos años, pactaron con sus epígonos un periodo de transición, desde la llamada democracia orgánica a una democracia liberal, bajo la bota de los militares, la presión económica de la banca, y el visto bueno del guardián americano y de las democracias europeas. Cediendo al chantaje, se imponía así, frente a la justicia y la verdad, el silencio, la mentira, la omisión y el olvido.
La transición, algunos la sitúan en la muerte de Franco y la inmediata subida al trono del Rey coronado por el Dictador. Otros, la fijan en los Pactos de la Moncloa del 77, que, aunque en lo económico, no comenzaron a tener su efecto hasta los primeros 80, representaron el momento en que se produjo el cambio de rumbo, en los contactos entre franquismo y oposición. Pero para la mayoría, el momento clave, fue la aprobación de la Constitución (6/12/78). Finalmente, la abdicación del Rey franquista en su hijo, ha sido el cierre del teatro de la Transición, aunque ese cierre ha sido en falso, ya que, ambos, padre e hijo, ostentan una corona impuesta al pueblo español por un dictador, y solo cuando este pueblo pueda decidir sobre la alternativa entre monarquía o república, quedará el tema definitivamente zanjado.
Aunque casi nadie se sentía satisfecho, los deseos de libertad y el cansancio de tantos años de dictadura, llevaron a aceptar el pacto del olvido, patrocinado por los partidos salidos de la clandestinidad. Aseguraron que, no cabía otra salida, si se quería sacar a los presos de las cárceles, porque, en frente, estaban la involución política y el golpe militar. Y la gente se lo creyó y si no lo hizo, aceptó el chantaje. Los partidos, tragando ruedas de molino, renunciaron a sus principios y se desdijeron de cuanto habían dicho tiempo atrás. Y con ello traicionaron y borraron la herencia republicana, dejando en el olvido a los muertos y a los miles de compatriotas del exilio. Una vergüenza para toda una generación, no solo de políticos, sino también de ciudadanos que, jalearon aquella estafa de monarquía democrática y corrupta. Ganados por el discurso de los políticos, el pueblo español, en su gran mayoría, se inclinó por el posibilismo práctico, dando muestras de una mediocridad y cobardía, que marcaría el devenir de los siguientes años.
Durante un breve tiempo, en el que los poderes políticos, viejos y nuevos, andaban todavía un poco descolocados, disfrutamos de una pequeña borrachera de libertades que, creíamos haber conquistado, pero que se evaporaron, como una resaca, una vez aprobada la Constitución del 78 y celebradas las elecciones, que situaron a los nuevos políticos en sus poltronas, desde donde reclamaron para si todas las decisiones, segando la hierba bajo los pies de las organizaciones ciudadanas que, tras la lucha en los últimos años de oposición a la dictadura, se creían legitimadas para participar en una cierta cogestión de la cosa pública. Fue una ilusión más, que no se vio cumplida. En fin, que nos tomaron el pelo.
Cuando los socialistas en octubre del 82 ganaron las elecciones, y llegaron al gobierno predicando el Cambio, con la imagen de un abogado sevillano, joven, guapo, accesible, con chaqueta de pana, muchos les creímos. Y volvieron a ganar otras tres veces más, aunque el respaldo popular, tras cada elección, lo fueron perdiendo. Y es que cuando más seguros se sentían en sus cargos, más se alejaban del cambio que habían prometido. Y así, España se quedó en la OTAN tras un Referéndum donde se volvió a chantajear a la población, argumentando que, estando fuera, nunca se entraría en la CEE. Para luchar contra ETA, iniciaron desde las alcantarillas del Ministerio del Interior, una guerra sucia creando el GAL ; como si fueran suyos, metieron mano en los Fondos Reservados con absoluta desvergüenza; acometieron lo que llamaron la modernización del país, desmontando su capacidad productiva, por imposición de la CEE; malvendieron las empresas rentables al capital extranjero, o sin empacho ni decoro, se las adjudicaron ellos mismos a través de testaferros; redujeron nuestra capacidad agrícola, atendiendo a los intereses de algunos países europeos y de las grandes trasnacionales de la alimentación, que dominaban y siguen dominando hoy el sector. Con dinero de los fondos europeos, fomentaron el arranque de miles de hectáreas de plantas de vid y aceituna, continuando el vaciamiento de los pueblos del interior, que había iniciado el Plan de Estabilización del 59. Implantaron la Reconversión Industrial que, dejo a varias ciudades industriales plagadas de ruinas, y por último, creyendo que el estado les pertenecía, que nunca dejarían el poder, y que nadie les pediría cuentas, se precipitaron en una corrupción generalizada, que iba desde el Presidente y sus ministros, hasta el concejal del último pueblo perdido en las profundidades del páramo castellano. Y todo ello, con la ordinariez, la prepotencia y el gracejo sevillanos, con el que pretendían hacerse los simpáticos.
Tras el deterioro del largo gobierno del señorito andaluz y su lugarteniente, que hacía las veces del policía malo, llegó el ascenso de la derecha, y comenzamos a sospechar que las cosas se habían hecho mal, y que tanto engolado ejemplarismo tenía mucho de bambalina y discurso vacío. Nos dimos cuenta que, la venta de la Transición había sido una estafa, un fraude, y que, para los miles de españoles que habían sufrido el exilio, la persecución, la expoliación, las cárceles, la tortura y la muerte a manos de los vencedores en la guerra, en la interminable posguerra y en los estertores de la dictadura, resultaba una traición miserable.
Al dar los primeros pasos para recuperar el pasado, y liberarnos de la soga de la amnesia y el olvido con que nos habían maniatado, caímos en la cuenta, de que habíamos vendido nuestra dignidad por cuatro electrodomésticos, un coche, una tele grande, una hipoteca y unas vacaciones en Benidorm. Pero para entonces, ya teníamos encima la profunda crisis económica y social de 2010, que nos volvió a dejar en cueros.
No, la Transición no era historia pasada, ni se había acabado en alguna de aquellas fechas, como predicaban los políticos e historiadores propagandistas del nuevo régimen democrático. Seguía estando viva, formando parte del presente.  administración, y orientaba hacia el ocio, el turismo y el espectáculo.
Predicando la reconciliación, el perdón y el olvido, aquellos prohombres de la Transición fundaron una democracia pactada, pasando de puntillas por encima de los asesinatos de la Dictadura, a la vez que echaban tierra sobre los miles de tumbas sin nombre, que siguen jalonando los caminos de este país. Como si se tratara de una ecuación simétrica, resulta patético ver, como los asesinos, han seguido conservando las fortunas acumuladas con el robo, la coacción y la violencia en el periodo de la posguerra, a la vez que siguen manejando los hilos de la economía y del poder.
Quienes afirmaban, que las cosas en el fondo no habían cambiado, que los apellidos de los que mandaban seguían siendo los mismos, y que lo único diferente eran los escenarios, han acabado por tener razón. Hemos necesitado la distancia del tiempo para comprenderlo. Lo paradójico ahora, es ver a aquellos políticos de chaqueta de pana y vaqueros, ocupando un lugar en la mesa, junto a los herederos de la vieja aristocracia franquista del dinero.
Con el silencio de unos y el jalear de casi todos, la Transición se mitificó, transformándose en El Éxito de la Transición. Fue entonces, cuando alguien, creo que agudamente, llamó a aquel proceso La Transacción, porque una vez traspasados los límites de la decencia, la ética y el pudor, valía todo. Y ahí estamos.  

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