Todos hemos tenido en casa, un plato de Talavera, una olla de Los Barros, un encaje de bolillos de Camariñas o algún otro objeto similar, que compramos en un viaje de vacaciones o heredamos de la abuela.
Hubo un tiempo en que amábamos aquellos objetos que, con razón o sin ella, llamábamos de la cultura popular. Pero aquella cultura popular ya no es popular. La gente de mi edad vivimos con la nostalgia de una cultura que ya no existe. Hoy todo es lo mismo.
Ya no quedan culturas locales, ni nacionales, ni de clase, ni agricolas, ni artesanales, ni apenas reductos de resistencia culturales, donde la mano sirva para algo más que para tocar la pantalla táctil de un ordenador.
Hubo un tiempo en que la cultura era algo material, que formaba parte de las cosas de la vida. Hoy ha sido sustituida por la cultura intangible de las imágenes.
Fuera de la cultura espectáculo, hoy todas son culturas marginales.
Cuando nuestros nietos encuentren, escarbando en el desván de la casa de los abuelos, aquellas cerámicas cubiertas de polvo, que cuidadosamente y con amor guardamos como trozos de nuestra biografía, no entenderán porque los abuelos coleccionaban aquellos botijos (si para entonces aun saben lo que es un botijo) y haciéndolos añicos contra el suelo, los tiraran a la basura con los restos de nuestros sueños.
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