Rasputín, el santón que sedujo a los zares
El iletrado santón siberiano que consiguió, valiéndose de sus poderes sanadores y su potencia sexual, dominar a los zares y la aristocracia de Rusia.
Grigori Ifamovich Rasputin provenía de un pequeño pueblo de Siberia. Su padre era ladrón de caballos, destreza que heredó y ejerció durante su díscola juventud. Lucía en la frente una gran cicatriz que así lo atestiguaba, pues era fruto de sus encontronazos con los campesinos víctimas de sus hurtos.
Huyendo de las pesquisas policiales y ávido de sensaciones, a los treinta años decide abandonar a su esposa y a sus tres hijos e iniciar una nueva existencia convirtiéndose en staretzs , trotamundos mendicante que ejerce como’ santón curalotodo’, un místico que pese a no haber sido nombrado sacerdote ha visto la verdadera luz divina. Dotado de una imponente apariencia física su cuerpo es musculoso y fornido. Su aspecto es desaliñado y sucio pero lo compensa con una imponente apariencia física, con su cuerpo fornido y musculoso. Además, ejerce un magnetismo innegable concentrado en su penetrante mirada y en sus subyugantes palabras, que seducen de manera imperativa y contundente.
A fines de 1903 Rasputin llega a San Petersburgo precedido de cierta fama como profeta y sanador. La sociedad rusa de aquella época se halla sumida en un ambiente de misticismo que propicia su acogida. Su exótico aspecto le abre rápidamente las puertas de la corte, donde, pese a su humilde origen, sabe desenvolverse con facilidad y destreza. La gran duquesa Militza, aficionada a las ciencias ocultas, le presenta a Ana Vyrubova, amiga íntima de la emperatriz, que le introduce en la corte.
Se desconoce a ciencia cierta cómo consigue el favor de los zares. Se afirma que fue su poder sanador, en la persona del pequeño zarevitz, enfermo de hemofilia, lo que le valió los favores de la zarina. Es evidente que impresionó y conquistó al zar y a su esposa, que vieron en él un puente con la verdadera Rusia, un enlace directo con el país profundo que les permitía saltarse a los vociferantes y molestos políticos de la Duma. En noviembre de 1905 Nicolás escribía en su diario: “Hemos conocido a un siervo de Dios, Gregori, de la provincia de Tobolsk”. El poder que ejerce sobre Nicolás II, de manos de la emperatriz es innegable. ‘El zar reina pero Rasputin gobierna’, se decía.
Pero Rasputín era un vividor y se entrega rápidamente a una desenfrenada vida de libertinaje fuera de la corte. Sus presuntos poderes curativos, fuesen el hipnotismo o la sugestión, le permitieron no sólo hacerse con la voluntad de los zares sino también acceder a las damas de la corte. Rodeado de admiradoras, sus pretendidas prácticas religiosas no eran sino meras orgías sexuales , en las que hacía gala de sus ‘poderosas’ facultades.
Odiado por la aristocracia, que ve en él una amenaza, algunos de sus representantes más ambiciosos organizan una conspiración secreta dirigida a acabar con él. Youssoupof, príncipe bisexual, en compañía de tres compinches maquina un complot para el que utiliza la belleza de su esposa como cebo.
Grigori es asesinado el 30 de diciembre de 1916, su vida acaba tras dos horas de interminable agonía.
‘He cumplido una misión patriótica –se jactó Youssoupof–. He salvado a Rusia de las garras de un bandolero y estoy seguro de que mi pueblo me lo agradecerá’.
Pero la historia de Rasputin no acaba aquí. Sus descendientes llegarían a querellarse para defender su memoria y su hija, María Rasputín fue colaboradora de La Vanguardia firmando una serie en la que defendía la memoria de su progenitor y narraba inéditas y sabrosas anécdotas de su relación con la familia Imperial.
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