miércoles, 27 de febrero de 2019

El verdugo a través de los siglos

La terrorífica figura del ejecutor de la justicia, en todos los países ofrece un gran interés. En Alemania, la función de verdugo constituye una profesión, como en Francia y España. Antes que así
fuese, la triste misión de dar muerte a un semejante incumbía al más joven de la comunidad. En Francia era el casado más moderno quien se encargaba de esta triste tarea, y en otros puntos el último concejal elegido o el habitante que llevase menos tiempo de residencia. Un príncipe llamado Witolde dio la orden de que los condenados se ejecutasen a sí mismos; en varios puntos de Alemania el verdugo adquiría títulos de nobleza cuando había derribado el número de cabezas que marcaba la legislación. En Amberes se designaba un carnicero, elegido entre los más antiguos del gremio. En Inglaterra, no existía verdugo. El sherif (1), una vez dictada la sentencia, iba en busca de un ejecutor ofreciéndole oro a manos llenas. Si no lo encontraba, él tenía que ejecutar la sentencia. Una sola vez se dió el caso de tener que retardar la ejecución; pero no fué por falta de verdugo, sino porque los cómplices del condenado se dieron tan buena mafia que hicieron prender por deudas al sherif. En España el oficio de verdugo era hereditario, y las familias de los ejecutores no podían unirse más que entre sí. Esta obligación ha dado lugar a tristes incidentes. Un día el verdugo de Burgos, que se vió forzado a suceder a su hermano, fué presa de sucesivos ataques nerviosos que le impidieron llevar a cabo la ejecución, a pesar de los ruegos, las amenazas y hasta los malos tratamientos que se le prodigaron. El verdugo de Salamanca, que era víctima de accidentes cada vez que tenía que ejercer su siniestro ministerio, murió en un acceso de delirio furioso. En Francia es preciso remontarse al siglo x para encontrar al verdugo propiamente dicho. Los señores feudales, que tenían derecho de vida y hacienda, nombraban de entre sus subditos un verdugo.En ciertas comarcas vestía un traje especial con determinados atributos que le diferenciaban del resto de sus conciudadanos. Aparte de los honorarios que percibía el verdugo, tenía, en otro tiempo, una porción de derechos extraños y siniestros:

Por cocer en aceite a un malhechor, 48 francos; por descuartizarle, 86 Id.; por quemar viva a una hechicera , 28 id.; por dar tortura, 4 id.; por aplicación de hierros candentes, 2 id.; por poner los brodequines, 4 id. ; por cortar la lengua , las orejas y la nariz, 10 Id . La plaza del Pilori estaba rodeada de tenderetes que monopolizaba el verdugo, alquilándolos para la venta de pescados. Se le permitía establecer un impuesto sobre las legumbres, cereales y otros artículos que se exponían a la venta. En algunos puntos hasta llegó a cobrar una contribución a la  mujeres de «costumbres ligeras, como se denominaba entonces a las prostitutas. El verdugo tenía derecho a despojar a los condenados. A principios del siglo XIX había un verdugo en cada departamento, y los gastos que había de satisfacer el Erario francés por la ejecución de la justicia ascendían a la suma de 71.000 francos. Desde el año 70 este capítulo de gastos quedó reducido a lo siguiente: Sueldo del verdugo, único en toda Francia, 6.000 francos. Dos ayudantes de primera clase, 4,000. Tres ayudantes más, 3.000, Deben estar siempre dispuestas para funcionar dos «guillotinas». Para su entretenimiento, el verdugo recibe una gratificación sobre su sueldo. En caso de tener que salir de París el verdugo y sus ayudantes, viajan por cuenta del Estado y perciben una gratificación de 8 francos diarios. El nombramiento del verdugo en Francia puede recaer sobre cualquier ciudadano designado por el Ministerio de Justicia. Sin embargo, desde 1688, la familia Sansón ha proporcionado varias generaciones de verdugos. El último Sansón, destituido por haber empeñado la cuchilla de la guillotina, tuvo por sucesor a Hemdrick, el prototipo del verdugo «gentleman», que iba siempre a las ejecuciones de frac y corbata blanca. Después de cada decapitación tomaba un baño y mandaba decir una misa por el ajusticiado. «Monsieur de París», como llaman los franceses a Delbler, hizo siempre una vida muy retírada, huyendo de los periodistas, entreteniendo sus ocios con la música y los pajaros. No pocos se extrañarán que este sangriento funcionario forme parte de la Sociedad Protectora de Animales. A Deibler le sucedió su hijo Anatalio, repitiéndose la tradición de los Sansón. El nuevo verdugo era un muchacho alto, bien constituído. En su vida privada era un hombre correcto y distinguido que no se avergonzaba de la profesión que ejercía, no ocultaba nunca su condición, sin que ésto quiera decir que tuviera a gloria el ejercerla. De esta rapidísima ojeada retrospectiva surge espontáneamente el contraste entre lo que ha sido el verdugo, el hombre terrible, execrado y maldecido, haciendo una vida aparte, lejos del contacto de las gentes, y el actual ejecutor de la justicia, convertido en un funcionario de la nación de quien la gente no huye y al que los periodistas trataban benévolamente, como a Deibler padre e hijo. Antes, el verdugo aparecía ante la imaginación de las gentes como un ser hosco, brutal y sanguinario; vivía en una casa aislada y nadie le conocía. El siglo XIX, que ha puesto su sello a todas las cosas, ha convertido al hombre terrible el verdugo de París, el joven y simpático Deibler, que iba al Bosque de Bolonia en bicicleta .

 (1) Magistrado inglés cuyas funciones son anuales, obligatorias y gratuitas. Está encargado de vigilar por la paz pública, de presidir las elecciones y de redactar las listas del Jurado .

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