
En un soleado día de verano, el parque de atracciones "Portaventura" estaba lleno de risas y alegría. Las familias se divertían en las montañas rusas y disfrutaban de las deliciosas golosinas. Sin embargo, en un rincón especial del parque, un grupo de artistas preparaba un espectáculo único que atraía la atención de todos. Entre ellos estaba Iker, un joven de 20 años que había encontrado su pasión en el parkour.
Iker había comenzado a practicar parkour cuando solo era un niño. Desde aquel entonces, había recorrido un largo camino. Era un artista saltarín que movía su cuerpo con gracia y agilidad, como si fuera una hoja llevada por el viento. Su habilidad para saltar muros, escalar estructuras y ejecutar acrobacias llamaba la atención de todos.
Una tarde, mientras Iker ensayaba sus movimientos en el escenario, su abuela Pilar llegó para verlo. Era una mujer cariñosa, siempre apoyando a su nieto en sus sueños. "¿Cómo va todo, Iker?", le preguntó con una sonrisa.
"¡Hola, yaya! Estoy practicando un nuevo salto para el espectáculo de mañana. Quiero sorprender a todos", respondió Iker, con una mirada llena de determinación.
La yaya Pilar y el yayo José, se sentaron en un banco cercano, observando a su nieto con admiración. Para Iker, sus abuelos eran su mayor fuente de inspiración. Le habían enseñado la importancia de perseguir los sueños, sin importar cuán difíciles parecieran.
Mientras Iker realizaba saltos y giros, se dio cuenta de que había algo especial en su actuación. Tenía que darlo todo ese día, ya que no solo era una presentación para el público, sino también para demostrarle a sus abuelos cuánto significaba su apoyo para él.
Conforme pasaban las horas, el parque se llenó de gente. El espectáculo estaba a punto de comenzar, y los corazones de los artistas palpitaban de emoción. Iker se unió a su grupo, compuesto por otros artistas y alguno de ellos, también eran expertos en acrobacias.
El espectáculo comenzó, y el público aplaudía y vitoreaba al ritmo de la música. Iker, sintiendo la energía, salió al escenario junto a sus compañeros. Al primer salto, el aliento de todos se contuvo; Iker saltó con tanta elegancia que parecía flotar en el aire. Su corazón latía rápidamente, pero después de cada salto, su confianza aumentaba.
Conforme avanzaba la actuación, Iker comenzó a experimentar momentos de pura adrenalina. Saltó entre plataformas, corrió por muros y realizó giros espectaculares que dejaron al público boquiabierto. La gente aplaudía entusiasmada, y él podía escuchar a su abuela animándolo desde la multitud: "¡Vamos, Iker! ¡Eres el mejor!"
Al final del espectáculo, cuando los artistas recibieron una ovación prolongada, Iker se despidió del público con un gesto de agradecimiento. Corrió hacia su abuela, quien lo abrazó fuertemente. "¡Lo hiciste increíble, Iker! Estoy tan orgullosa de ti", exclamó Pilar, las lágrimas de felicidad brillaban en sus ojos.
Iker se sintió en la cima del mundo. "Gracias, abuela. Todo esto es gracias a ti. Siempre me has inspirado a volar alto", le respondió, sintiendo que el amor y el apoyo de su abuela lo habían llevado a superar sus límites.
Ese día, mientras las luces del parque titilaban y el aire se llenaba de risas, Iker comprendió que su verdadera recompensa no era solo la ovación del público, sino el orgullo y el amor de su familia. Aventura tras aventura, siempre llevaría consigo la fuerza de esos momentos compartidos, llevando él mismo el arte del parkour a nuevas alturas.
Y así, la historia de Iker, el joven artista saltarín, continuó. Con cada salto, cada giro y cada acrobacia, él se convertía no solo en un maestro del parkour, sino en un símbolo de perseverancia, amor y el valor de seguir los sueños.
J. Plou