Siempre vengo a tu orilla, viejo mar,
mi viejo mar amigo,
para templar mi ánimo,
sintiendo tus oleajes bravios...
La montaña con todas sus grandezas,
el monte con sus pájaros y nidos,
y los centrales y soberbios pueblos
no tienen tu atractivo...
Más que las capitales interiores
adornadas apenas por un río,
prefiero los pueblos mediterráneos
adormecidos por el son marino...
Mar de cresta aleonada,
mar a veces azul y a veces tranquilo;
mar como la mujer, siempre voluble,
¿quién no sueña contigo?
Desde un banco de piedra de la playa
y a media noche,
miro temblar en las alturas las estrellas
que me parecen puntos suspensivos...
El cielo es claro, como una luna de cristal;
Allá lejos, el cielo se sonríe
con sus luceros límpidos,
la sociedad se embriaga de licores,
de palabras sin fondo ni sentido;
pero tu, viejo mar, tu nada quieres,
continúas altivo, eternamente triste,
balanceando en tu oleaje las barcas pescadoras...
Orgulloso resongas,
yo no sé que extraños ritmos
de fuerza y voluntad...
Por eso vengo para templar mi espíritu
en tu ruda canción, oliente a sales,
mi viejo mar amigo...
Julio J. Casal - uruguayo
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