lunes, 2 de mayo de 2022

Paseo de Gracia - Barcelona

ORÍGENES
La transformación de este eje del Eixample de Barcelona en una de las calles más lujosas del mundo ha sido un proceso largo y no exento de dificultades. El reconocimiento llegaría después de los Juegos Olímpicos de 1992, cuando el prestigioso urbanista norteamericano, Allan B. Jacobs, lo incluyó en su libro sobre las calles más importantes del mundo, Great streets, poniéndola a la altura de la Quinta Avenida o los Campos Elíseos (el bulevar francés en el que se inspira). Sin embargo, su rasgo distintivo es haber conseguido el perfecto maridaje entre patrimonio arquitectónico y oferta comercial de alta gama. Pero vayamos por partes porque el camino no ha sido nada fácil.
PRIMEROS INQUILINOS
Para comprender su formación tendríamos que viajar en el tiempo y trasladarnos a la Barcelona del siglo XIV. El rey Pedro el Ceremonioso dictó un privilegio en el año 1370 en el que prohibía la construcción de más edificios religiosos dentro de la ciudad medieval amurallada. Una de estas construcciones se erigiría aproximadamente delante de donde ahora está la casa Batlló, de Antoni Gaudí. Era un convento franciscano llamado Santa María de Jesús (1429). Del Portal de l’Àngel hasta allí, el paseo tomaba el nombre de camino de Jesús y, de ahí para arriba, camino de Gràcia, una vez consolidado este núcleo poblacional en el norte de la ciudad. El convento resistiría hasta la invasión de las tropas napoleónicas, que en 1813 lo demolieron. Unos años después, durante el Trienio Liberal (1820-1823), en tiempos de Fernando VII, las autoridades municipales decidieron arreglar el camino, proyecto que encargaron al ingeniero militar Ramon Plana, aunque no lo llevaría a cabo debido a la restauración del régimen absolutista. Tomaría el relevo el capitán general de Cataluña, Francisco Bernaldo de Quirós, marqués de Campo Sagrado, en agosto de 1824.
INICIOS POCO NOBLES
Para sufragar los gastos, el rey aprobó un impuesto de 20 reales de vellón sobre cada cerdo que se sacrificaba en la ciudad. Es curioso observar, pues, que este paseo tan glamuroso tiene unos orígenes tan poco nobles. Lo cierto es que la tasa dio su fruto y tres años después ― en vez de los cinco previstos ― se inauguraba la adecuación de este camino que llevaba a la Villa de Gràcia. En 1852 se instalaron las primeras farolas a gas. La hija de Fernando VII, Isabel II, sería la encargada de colocar la primera piedra del proyecto urbanístico ideado por el ingeniero Ildefons Cerdà. Fue el 4 de octubre de 1860. Se había aprobado un año antes y suponía una liberación para la ciudad de Barcelona, hasta entonces encorsetada por las murallas de la época medieval. Significaba multiplicar por diez la superficie urbanizable, todo un reto para arquitectos y maestros de obras. En definitiva, el disparo de salida que sentaría las bases del modernismo.

ESPACIO DE OCIO
Desde el principio, aristócratas y burgueses escogieron el Paseo de Gracia para construir ahí sus palacetes. Y es que ya conocían el espacio, puesto que era lugar de paseo y recreo. Antes del Plan Cerdà, se abrieron espacios verdes (Prado Catalán, Camps Elisis, Jardí de la Nimfa, Criadero, Tívoli, Español) repletos de restaurantes y teatros. Estos últimos, eso sí, de madera, ante la posibilidad de ser demolidos por orden ministerial. No en vano regía una ley militar que prohibía construir extramuros de la ciudad, a una distancia correspondiente al tiro de una bala de cañón o, lo que es lo mismo, 1.250 metros. El Plan Cerdà acabaría con todas estas restricciones y daría paso a la fiebre constructora. Lo que ocurriría después ya es bastante conocido: un progresivo traslado de los comercios más exclusivos desde la calle de Ferran y la Rambla hasta el nuevo paseo, en un intento por seguir los pasos de su clientela potencial.
REDESCUBRIENDO EL PATRIMONIO MODERNISTA
A mediados del siglo XX, los bancos ganaron terreno, lo que provocó la disminución de la afluencia de viandantes a sus aceras. Después del traslado de estas entidades a otras zonas, volverían a florecer las tiendas más prestigiosas. El redescubrimiento del patrimonio modernista convertiría la calle en una cita ineludible, incluida en todos los programas turísticos internacionales. Hoy en día, hacerse un hueco en el Paseo de Gracia es un hito por el que luchan las firmas más prestigiosas del mundo. Una tarea nada fácil, dada la competencia y la significación que para ellas tiene contar con un punto de venta en esta calle barcelonesa. El distrito del Eixample cuenta con el catálogo más importante de edificios modernistas y el Paseo de Gracia, por su lado, atesora los más reconocidos internacionalmente. Y eso tiene una explicación: a raíz del proyecto urbanístico de Ildefons Cerdà, las grandes familias barcelonesas dejaron atrás las estrecheces de la ciudad antigua y apostaron por este nuevo espacio, más amplio y prestigioso. Los que querían figurar a finales del siglo XIX tenían que dejarse ver y no solo luciendo los mejores vestidos y sombreros, sino también encargando la casa a los arquitectos más atrevidos.


ARTISTAS INCOMPRENDIDOS
Encontramos obras de Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafalch, Lluís Domènech i Montaner o Enric Sagnier. Este muestrario arquitectónico de primer orden no convencía a todos: llegaron a calificarlo de demasiado recargado y artificioso, hasta el punto de que el político francés George Clemenceau, de visita a la ciudad, al ver tal sucesión de colores y decoraciones en las fachadas, pidió al chófer que diera media vuelta. Algunos cronistas de la época ven en este hecho la causa de su acelerado retorno a París. Sea como fuere, no fue el único sorprendido por el exceso de creatividad. Los escritores Paul Morand y Evelyn Waugh, al observar la casa Batlló de Gaudí, llegaron a la conclusión de que se encontraban ante la sede del Consulado de Turquía.
LA MANZANA DE LA DISCORDIA
Los propios barceloneses bautizaron todo ese bloque de casas como la manzana de la discordia, pues sus propietarios competían en extravagancia y el resultado no pudo ser más espectacular. Abrió el camino el empresario chocolatero ―y aficionado a la fotografía― Antoni Amatller. Contrataría a Puig i Cadafalch, que iniciaría una reforma de tal calado que, al ver el resultado, uno piensa en las típicas construcciones de los Países Bajos. El empresario textil Josep Batlló pidió una reforma del inmueble contiguo, en este caso a Antoni Gaudí. La imaginación del arquitecto y la originalidad de su ayudante Josep Maria Jujol hicieron el resto: la fachada, una de las más fotografiadas del mundo, nos cuenta la leyenda de San Jorge, patrón de Cataluña. Si dedicamos un instante a observarla, descubriremos el dragón, la lanza y la rosa. Un trabajo tan magistral tendría su recompensa, puesto que la Unesco lo declararía Patrimonio de la Humanidad. La tercera en discordia es la casa Lleó Morera, de Domènech i Montaner. Los desperfectos que sufrió el templete de la terraza durante la Guerra Civil española (1936-1939) fueron reparados a finales del siglo XX por Òscar Tusquets, con el objetivo de devolverlo a su estado original.


LAS JOYAS 
Un poco más arriba está otra joya de Gaudí: la Pedrera o casa Milà, también Patrimonio de la Humanidad. En este caso, su fachada representaría las olas del mar, donde las barandillas del balcón serían las algas. Sorprende la terraza, de la que sobresalen unas chimeneas que parecen cascos de soldados medievales. Un detalle que no pasó inadvertido al cineasta George Lucas, que se inspiraría en ellas al diseñar los uniformes del ejército imperial de La guerra de las galaxias. Unos elogios que distan mucho de los reproches iniciales. Los vecinos del matrimonio Milà les negaron el saludo, ya que pensaban que sus casas perderían valor al estar situadas al lado de ese bloque pétreo. La prensa también arremetió contra ella. Algunas revistas satíricas recomendaban a los inquilinos que quisieran tener mascotas que optaran por una serpiente, en vez de un perro, puesto que ya era bastante conocida la afición del genio constructor por la línea curva al distribuir los espacios. Todos estos edificios son punto obligado para los turistas que visitan la ciudad. Muchos no se dan cuenta de que el paseo está pavimentado con losetas repletas de motivos marinos, diseño de Gaudí. Por otro lado, el mejor homenaje que se le puede rendir. Las farolas que vigilan el bulevar salieron de la cabeza de Pere Falqués i Urpí. Están allí des de 1906.

AMPLIA OFERTA CULTURAL
Esto es una muestra de lo que puede encontrarse al pasear y, sobre todo, al levantar la mirada. Un gesto sencillo para no perderse ningún detalle decorativo de los edificios y con el que podemos llegar a descubrir una cúpula metálica que da cobijo a un pequeño observatorio astronómico, el Aster. La oferta cultural también es apetitosa. En el Palau Robert, muy cerca de la Diagonal, el Departamento de Turismo de Cataluña celebra exposiciones. También en la Pedrera - Casa Milà se dedica la planta noble a esta función. Y muy cerca, la Fundació Suñol presume de contar con la colección privada de arte contemporáneo más importante de la ciudad. Aquellos que quieran desafiar el sentido del olfato pueden hacerlo en el Museo del Perfume. Se encuentra en la Perfumería Regia y cuenta con una de las mejores muestras de frascos, que comprende desde la época egipcia hasta la actualidad. En definitiva, todo un abanico de posibilidades de ocio sin necesidad de salir del paseo.
ESCAPARATE DEL LUJO
El traslado de las grandes familias burguesas y aristócratas hacia el Paseo de Gracia arrastró a una bandada de comerciantes que no querían perder a sus mejores clientes. Desde el principio, muchas casas abrieron sucursales allí. En 1917 lo hizo Furest (entonces presumía de ser proveedora de la Real Casa española), en 1940, Gonzalo Comella y, un año más tarde, Santa Eulalia (fundada en 1843 en la Rambla y una de las pioneras en celebrar desfiles de moda). La casa Loewe haría lo propio en los bajos de la casa Lleó Morera. La sastrería Bel, El Dique Flotante o las joyerías Roca y Masriera tampoco se quedarían a la zaga. Todo este proceso se vio truncado a mediados de la década de 1950 con la irrupción de los bancos, las distribuidoras cinematográficas (RKO, Warner Bros) y los concesionarios de coches (Cadillac, Packard). Eso propició que menguara la cantidad de viandantes, a pesar de la proliferación de cines. Y que conste que dejarse ver por esta arteria era cita obligada si querías ser alguien en la Barcelona de la época. Formaba parte de las relaciones sociales, gustara o no.

LA PRIMERA MULTA
Así pues, no resulta extraño que la dama de la alta sociedad Maria Regordosa soltara un “Anem a fer el merda al passeig de Gràcia” (vamos a presumir por el Passeig de Gràcia) al chófer al salir de su casa en la plaza de Urquinaona. Teniendo en cuenta el movimiento que había, sobre todo los fines de semana, es muy lógico que la primera multa que se pusiera en la ciudad fuera en el Paseo de Gracia. También fue pionera en servir en España los primeros cafés exprés y panettones, en la desaparecida Cafetería Milà. O el vermú en el Café Torino, cuyo propietario, el italiano Flaminio Mezzalama, obtuvo la exclusiva después de llegar a un acuerdo con la casa Martini & Rossi. Lo mismo hizo Raimon Colomer en su granja de la esquina de la calle Aragó, pero con otro producto: el yogur. Incluso Gaudí diseñó el interior de dos establecimientos, por desgracia hoy desaparecidos. Uno fue el Café Torino ―el del vermú―, donde su colega Puig i Cadafalch decoraría otro de sus salones; otro, la farmacia Gibert, situada en lo que actualmente es la plaza de Catalunya, en el lado que ahora ocupan unos grandes almacenes. Debemos tener en cuenta que originariamente la numeración del paseo empezaba justo al terminar el Portal de l’Àngel, ya que la plaza era un solar sin urbanizar hasta bien entrado el siglo XX.

FIRMAS LOCALES E INTERNACIONALES
Este privilegiado escaparate ha estado siempre al servicio de los clientes más exigentes. Una tendencia que se mantiene, sobre todo para los amantes de la moda. A toda esta multitud de tiendas de capital catalán hay que sumar las grandes firmas internacionales, que pueden llegar a esperar años para conseguir el local más adecuado. La lista de las que ya han logrado instalar una sede en el paseo es bastante significativa: Cartier, Tiffany’s, Chanel, Saint Laurent, Dolce & Gabbana, Valentino, Prada, Stella McCartney y no acabaríamos de dar nombres. El total de locales sobrepasa los 160. Más de la mitad (el 65%) corresponden a comercios españoles y, los demás, a grupos internacionales. Lo que sorprende es saber que una de cada cuatro compras que se llevan a cabo en España por parte de turistas extracomunitarios tiene lugar aquí, en el Paseo de Gracia. Los grandes hoteles también se han posicionado en esta calle: Majestic, Mandarin Oriental, Omm, Casa Fuster o Comtes de Barcelona son algunos ejemplos. La mayoría de ellos dispone de unas terrazas panorámicas realmente espectaculares, a banda de una oferta gastronómica que ha sido reconocida con estrellas Michelin.

UN PASEO EN MAYÚSCULAS
Patrimonio arquitectónico, exposiciones, oferta gastronómica y hotelera de primer nivel o comercios de lujo son solo una parte de lo que puede encontrase en este bulevar de poco más de un kilómetro de longitud. Suficiente para que el visitante se acerque, consciente de que verá cumplidas sus expectativas al mismo tiempo que pasea por una vía que ha sido esculpida gracias a la imaginación de los mejores artistas. Como afirma el periodista Màrius Carol: “El Paseo de Gracia es hoy en día muestra de una Barcelona a la que le gusta arreglarse para las visitas y ofrecerse como una postal”. En definitiva, un entorno que los barceloneses nos sentimos muy orgullosos de mostrar al mundo. 
Texto: Rafa Burgos Fotografías: fotosdebarcelona.com / Archivo Ortega



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