—¡Camaradas! Necesito dos voluntarios que se presten para volar el polvorín enemigo. Ya sabéis el peligro que correrán los dos hombres que se decidan a realizar esta acción.
Inmediatamente toda la compañía avanzó un paso al frente.
El teniente Valle quedó un momento indeciso. Todos los milicianos querían ser los elegidos.
—Veo que todos queréis ir. Por lo tanto, es mejor que se decida por la suerte quiénes han de ser loa dos voluntarios. Escribir cada uno en un trozo de papel vuestro nombre. Yo mismo tomaré dos, y ya se verá quiénes son los elegidos. Pero pensar que se corre un gran peligro.
En todos los cerebros ardía la idea de poder ser los que habían de volar el polvorín. En la misma gorra del teniente se lanzaron los papeles. Por un momento rodaron unos sobre otrcs, y ante un silencio completo el teniente tomó dos. Sólo podía escucharse en la tranquilidad de la noche las respiraciones pausadas.
— ¡Juan Joéé Díaz... y Luis Díaz...!
Un hombre ya de alguna edad salió de las filas y se unió al teniente. En seguida un muchacno joven le siguió.
El teniente Valle dudó algunos instantes. La suerte había designado para la empresa a estos dos hombres. Padre e hijo. Dos generaciones diferentes, pero con la misma, sangre, iban a jugarse la vida. Los dos estaban decididos a todo. Con el mismo entusiasmo y valentía.
—Ha sido usted el elegido, en compañía de su hijo, para volar el polvorín. Ya saben que corren un gran peligro. Aún puede usted dejar este puesto a otro camarada que pueda hacer lo mismo que usted...
-—Perdone, camarada teniente... Yo he sido designado para esta acción y he de ser, por lo tanto, el encargado de cumplirla. No me importa la muerte. No tengo miedo a nada. El único que pudiera ser relevado es mí hijo...
—Yo también salí designado—exclamó Luis empuñando con fuerza el fusil.
La decisión de los dos hombres hizo que el teniente se decidiera darles las instrucciones. Les llamó aparte.
—Mirad. Los dos juntos avanzaréis hasta colocaros entre las dos alas que forma el enemigo en torno al polvorín. Uno de los dos llevará este fusil ametralladora con varios cargadores. Otro, unos paquetes de dinamita.
Al llegar a unos cien metros del polvorín, el que lleve la dinamita avanzará solo y le hará volar. Inmediatamente retrocederá hasta el lugar donde quede su compañero, y éste protegerá su retirada. Juntos llegareis hasta nuestras filas... Tomad los cartuchos, y suerte. Salud...-
Juan José y su hijo habían comprendido que el encargado de volar el polvorín tenia muy pocas probabilidades de salvarse. El teniente vió cómo empuñaban el fusil y la dinamita, y ante un silencio firme se perdieron en Ja obscuridad.
Habían llegado muy cerca de las lineas enemigas. Los dos pararon un momento. La tranquilidad era absoluta en todo el frente. No se oía ni un solo disparo de fusil.
La noche lo envolvía todo con su negra obscuridad. Padre e hijo se refugiaron en unas peñas.
—Luis—susurró el padre—, tú te quedarás aquí con el fusil. Yo volaré el polvorín.
El hijo quedó un momento silencioso. Por fin habló. —No. Yo iré. Tú te quedarás aquí. Es preferible que muera yo a que mueras tú.
—^Tú eres joven. Aún puedes vivir mucho de lo que yo he vivido—dijo el padre.
—No Importa. Yo no tengo a nadie que defender que seáis vosotros. Tú, en cambio, tienes que velar por mi madre. Por mis hermanos. Tienes deberes que cumplir.
Yo no tengo ninguno...
—Tú también puedes defenderles con tu trabajo—contestó el padre.
—Pero tú tienes más obligación que yo. Déjame ir Yo no tengo ni mujer ni hijos. Tú si. Recuerda que mi madre esta muy vieja. Recuerda que mis hermanos son jóvenes aún... Yo iré.
La decisión y las palabras del muchacho convencieron al padre. Silenciosamente le abrazó, al tiempo que le besaba. Una lágrima brilló por un momento en la obscuridad... La sangre se le agolpaba en el pecho locamente.
Pero supo contenerse. Entregó a su hijo la dinamita mientras él empuñaba el fusil, cargado ya. El hijo se deslizó suavemente entre los matorrales.
Pasaron unos momentos de angustia. Sólo el silencio era dueño de la Naturaleza, Parecía que los minutos se deslizaban con miedo sobre la rueda del tiempo.
De súbito un fogonazo subió raudo por el firmamento, al tiempo que una explosión terrible sacudió todos los ámbitos de la sierra. La llamarada roja iluminó por breve tiempo el paisaje. El estampido sacudió con fuerza los corazones de unos hombres que esperaban con ansia en las filas leales el resultado de la empresa.
El padre esperaba con angustia la aparición del hijo.
Por fin, pudo ver cómo una sombra se deslizaba con rapidez sobre las peñas. Cuando ya se acercaba a él, una descarga cerrada retumbó en la noche. Luis, que ya llegaba cerca de su padre, se desplomó en el suelo lanzando un gemido sordo. Juan José pudo recoger a su hijo y traerlo junto a él. Poco después aparecieron los enemigos y se entabló un tiroteo intenso, Juan José pudo comprobar, mientras disparaba sin cesar su fusil,, que Luis habia dejado de vivir. Al mismo tiempo retrocedía arrastrando el cuerpo de su hijo. De esta forma no hubiera tardado en caer bajo el fuego enemigo, a no ser
por un grupo de leales que acudió en su defensa... Cuando ya los facciosos iniciaban un ataque a fondo, entraron en íuego los leales, barriendo al enemigo, Duró poco tiempo el combate. Los traidores iniciaron una retirada vergonzosa, sin poder vengar la pérdida del polvorín...
Poco después, el teniente Valle imponía sobre el cuerpo rígido de Luis la estrella de alférez. La nueva generación, la generación joven, acababa de perder un miembro más defendiendo la Libertad. La antigua generación contemplaba con gesto firme a la victima del fascismo brutal. Y por un momento las dos generaciones, un cuerpo vivo abrazando la rigidez de otro cuerpo, se fundieron en vida y muerte...
Un abrazo que clamaba venganza contra los asesinos de la generación joven, la generación que va forjando el triunfo del porvenir...
Julio DEL CAMINO
El Mono azul. 17/9/1936.
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