Afortunadamente, la vieja estampa del manicomio va desdibujándose. El colorido inhóspito y carcelario del mundo de los enajenados ha desaparecido, y hoy la luz y la alegría engaña la ilusión de los «incomprendidos».
No hace muchos años, visitar una casa de orates estampaba una visión de horror y de tragedia, y del manicomio daba la impresión escalofriante del presidio. Hoy ya no. Una estampa nueva, clara y animada, substituyó a la antigua, y aquel ambiente sombrío del manicomio se dulcificó por el amor y la piedad de quienes supieron compadecerse de estos pobres enfermos, que viven su farsa en alegre tinglado que los hace personajes felices de una eterna comedia.
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