Cuando Eirik llegó
a cumplir quince años, la cabaña que habitaba con su madre le
pareció estrecha; pasaba todo el día guardando cabras y las horas
discurrian con suma lentitud. Lo que antes le complacía , ahora le
disgustaba; cambiaron sus ideas, la tristeza fué reemplazando a la
felicidad que antes sentía en medio de los bosques. Un dia trepó
hasta la cima de la mas alta montaña, y dirigió la vista al vasto
Océano cuyo lejano murmullo llegaba hasta sus oídos como un canto
dulce y cariñoso. Al fijar la vista en las espumosas olas que se
sucedían sin interrupción, pensó que venían de lejanos países
sin cadena de montañas que las detuviera, ni lazo que las sujetara.
Otro día se encontró en la playa y vió venir de lejos, un hermoso
buque. Su alma se estremeció; asaltaron su mente una multitud de
ideas y llegó a adivinar la causa de sus ansias. Abandonó a su
madre y a sus cabras y se embarcó a través del Océano. El viento
soplaba con furia , las velas gemían en los mástiles y corría
velozmente rozando apenas la superficie de las rizadas olas. Pronto
la cima de las montañas se tiñó de un color azulado cada vez mas
débil, y a medida que iba desapareciendo la vista de la tierra donde
había corrido su infancia, sentía renacer la alegría en su corazón
y cobrando nuevas fuerzas. Se había llevado la espada enmohecida de
su padre y juró por ella conquistar un reino en la mar. A los
dieciséis años dio muerte en reto leal al capitán, un hombre
imberbe y sin fuerzas, y empuñó el cetro del Océano. Desde
entonces cruzó los mares en busca de combates sangrientos; bajó a
tierra; tomó fortalezas y castillos, y con sus compañeros, se
jugaban los despojos de los vencidos. Sentados en la popa del buque,
impávidos en medio de las tempestuosas olas, bebían una y otra vez
el espumoso vino abarcando con la mirada los dilatados horizontes. En
una de sus correrías, escogíó a una hermosa joven en el país de
Gales; no lo quería y lloró tres días; después se consoló y
celebraron festivamente las bodas en medio del estruendo del mar
airado. Otro día le llevó la ambición al deseo de poseer tierras y
pueblos; satisfizo como siempre su voluntad ; vació su copa bajo su
ahumado techo; gobernó a ricos y a pobres, y durmió dentro de una
robusta torre guardada por una puerta, cerrada con fuerte cerrojo.
Era en tiempo de invierno; las horas trascurrían lentas, y aunque
era rey, la tierra le parecía angosta cuando pensaba en el Océano.
Como se hallaba ocioso, apenas le hablaban de un hombre que le
faltase un apoyo, no paraba hasta que le había socorrido. Le
complacía en ser el sostén del joven que se veía postrado por las
cargas de su familia, o el anciano cuyas fuerzas le habían
abandonado. Estaba cansado de saqueos, robos y muertes, y además se
decía: ¡ La playa no está distante , y mi bajel espera siempre
para llevarme otra vez a la mar! Mientras así obraba y discurría ,
se pasó el invierno; las olas entonaron su canto de júbilo y aquel
canto decía: ¡ A la mar 1 ¡ a la mar ! La embalsamada brisa de la
primavera tornó a dejarse sentir en la colina y en el valle, y los
torrentes saliendo de sus cauces, se precipitaron en el océano.
Entonces volvió a su pasada existencia; se dejó llevar por el
impulso de las olas; dispersó su oro por las ciudades y los campos;
arrojó al suelo su corona, y pobre como el dia que por vez primera
se embarcó, se lanzó en busca de un objeto desconocido. Libres como
el viento, las corrientes tempestuosas le llevaron muy lejos del
punto de partida , y al abordar en remotas playas, hallaron unos
hombres que vivían y morían en un mismo lugar, cifrando todo su
anhelo en poder permanecer en la morada, que habían levantando las
manos. Él que tenia por imperio el mar movible , se alejó
compadecido de aquellos seres, y ansioso de encontrarse otra vez en
medio de esforzados combatientes, fue en busca de algún buque que
apareciera en el lejano horizonte. Si aquel buque iba armado y con
ánimo de imponer su ley, la sangre debía correr; pero si era
mercante y sin defensa, ya podía alejarse sin que yo le molestara.
Durante el dia permanecía de pié ó sentado tranquilamente en la
cubierta del buque, reflexionando en lo que fue y en lo que será; y
todo el tiempo que debía pasar inactivo mecido por las tempestuosas
olas, le parecía tan perdido como el que emplea el cisne recorriendo
la superficie de un limpio lago. Únicamente se consolaba al
considerar que todo lo que encontraba a su paso, le pertenecía según
su voluntad, y que su esperanza era tan libre como el espacio sin
límites que le rodeaba. Durante la noche, en medio del murmullo de
las olas solitarias, oía como las gaviotas daban rápidas vueltas a
sus mástiles y llevadas por los vientos livianos a orillas de los
abismos. Caprichoso como las olas, es el destino de los hombres; lo
mejor es estar dispuesto para lo que el mar nos tiene reservado.
Cuenta veinte años y no tardará en llegar la muerte. El mar tiene
sed de su sangre, porque la conoce y la ha bebido caliente en la hora
de los combates. Pronto este corazón ardiente, que palpita todavía
con violencia, dormirá en la fría tumba de las olas.
Sin embargo, no le pesaba de haber vivido tan poco; verdad es que su
vida había sido muy corta, pero en cambio muy llena. No se llega por un
solo camino al más allá , donde está el palacio de los dioses, y
lo mejor es llegar pronto. El mar canta su himno funerario; ha
vivido sobre sus ondas y debe dormir el sueño eterno en el fondo de
sus abismos. Arrojado por un naufragio sobre un escollo aislado, así
cantaba Eirik el pirata, rey del mar, azotado por las airadas olas. El
mar le arrastró en sus abismos; algunas horas después el viento
cambió su caprichoso vuelo, y las aguas volvieron a seguir en
tranquila corriente.
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