Asi
desfilaron frente al ayuntamiento, centenares de campesinos faltos de
trabajo y de pan, silenciosamente desfilaron ante las casas de los
ricos.
de
sus bocas, no salió ni un solo grito; de sus brazos no hubo
contracciones ni amenazas ni en sus caras gestos de ira. Más que
manifestación de vivos, parecìa procesión de muertos . Así
pasaron ellos, lívidos, siniestros, con la libertad hecha mordaza;
por la hermosa ciudad andaluza; bajo el cielo azul, entre una
atmósfera embellecida por los anticipos de la primavera, así
pasaron bajo árboles que abotonaban su ramaje, prometiendo esencias
al olfato y al estómago, frutos entre parejas de animales que se
enamoraban al aire libre que buscaban alimento y hogares en surcos y
matojos, en umbrías y madrigueras; así pasaron frente a los
colmados rebosantes de parroquianos, frente a las tiendas abarrotadas
de vituallas; las bodegas repletas con el jugo de la vid, por sus
manos cortadas; llegaron a las autoridades, a todas partes, sin
hallar lo que a cada paso ofrecían como fácil cosecha la hierbezuela del campo y los animales del arroyo.
Así
pasaron, silenciosamente con sus caras lívidas, con sus ojos
tristes, con los cuerpos llenos de harapos y las almas henchidas de
tristeza, así pasaron ellos confiando en que la mansedumbre de su
actitud y el espectáculo de sus dolores, movería la caridad ajena y
traería pan a sus dientes y a sus manos, la herramienta ociosa.
Inútil paseo, silencio improductivo, mansedumbre estéril. La
procesión de hambrientos no halló el amparo que buscaba.
Las
autoridades miraban a otro lado, preocupándose de asuntos mundanos.
¿que resolvían algunas limosnas repartidas apresurada y parcamente
entre centenares de criaturas? Nada; la procesión de vivos, volvió
a su cementerio de miserias, sin esperanza alguna, sin remedio
alguno, como regresan al camposanto las procesiones de muertos, que
la historia poetiza sin redimir al pecador, ni salvar a la victima.
Sólo que los muertos no comen y por tanto,
pueden
aguardarse y repetir sus procesiones, en ayunas; a ver si los
pecadores se redimen y las víctimas logran su salvación.
Sin
embargo los vivos, comen, aman, sienten el frío y el amor; los vivos
no pueden aguardar en silencio, siempre en silencio, un día y otro,
hasta que las autoridades, les faciliten su derecho a existir, o que
la caridad llegue a todos como el maná del desierto, o la justicia
se reconozca como única ley redentora de hombres en este mundo.
No
pueden esperar y como no pueden esperar, ya no recorren las calles
silenciosos ya no van en procesión muda por las verdes campiñas;
fuera las mordazas de las bocas, gritan, acometen, asaltan las
panaderías, rapiñan las tiendas y obedeciendo a la suprema ley del
instinto, toman por fuerza el derecho a existir, que la naturaleza
les concedió al arrojarlos a la vida.
Al
final del camino, les esperan con fusiles; sólo así consiguen
callarlos, haciendo que el miedo a morir de golpe, les dé
resignación para irse muriendo poco a poco; pero mal harán si sólo
en el fusil confían, para conseguir que el mal cese y las
procesiones de hambrientos se disuelvan.
Podrán
conseguirlo hoy, mañana tal vez...Un día los muertos de hambre,
saldrán en horda, con la herramienta de trabajo, hecha arma de
combate y al grito de hambre, saldrán así, como salen las manadas
de lobos durante el invierno, feroces, implacables, sin miedo en el
corazón y sin piedad en la conciencia;
saldrán a comer y no volverán a su cementerio de miseria, mas que
llevando en sus uñas ensangrentadas la ración, ganada a zarpazos.
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