EL
ORDEN
DIARIO
REPUBLICANO
Tarragona:
Domingo 12 de Diciémbre de 1886
Los hijos del
trabajo
Hubo un tiempo en que los pueblos
divididos en castas y teniendo como ley la
esclavitud, monopolizaron los privilegios y derechos, hollando los más sagrados de la humanidad. ¡Triste, pero natural aspecto de ia
infancia de los pueblos!
La doctrina del Evangelio igualó las
clases y rompió las cadenas de la esclavitud.
Desde entonces parece que el
individuo, merced á sus propias fuerzas y sin ayuda de
despreciables privilegios habria de alcanzar la
posición.
¡Era pronto todavía! La humanidad no
había terminado de purgarse de los errores
y de las miserias que le son connaturales. El feudalismo y el pauperismo fueron
las dos llagas sociales que nuevamente
aparecieron y contra las que no se descubría pronto
remedio. Las cruzadas dieron rudo golpe al
feudalismo, la revolución francesa le destruyó
hasta las últimas raices. El pauperismo se aplacó merced á la
caridad cristiana, decreció con el desarrollo
de la industria y el comercio, pero no ha desaparecido
totalmente, ni siquiera se vislumbra ia época en
la que se vé únicamente una tendencia á
hacerla desaparecer, revelada en todos los
pueblos con el desarrollo de todas las fuentes de la rictividad y el ahorro.
Nuestra desgraciada nación, tan noble
como poco práctica, se vé amenazada del
pauperismo mucho más que ninguna otra por la poca
protección que los gobiernos dispensan á los
hijos del trabajo y por la escasa previsión de
éstas.
Ninguna clase más digna de atención
que la de que hablamos, no solo por poseer la
virtud del trabajo, base angular de la
prosperidad social; sí que también' por los inmensos
trastornos á que puede dar lugar el abandonarla.
La sociedad Internacional, que
hábilmente dirigida y con fines morales podría
producir inmensas ventajas, influida como está por las
malas pasiones, puede acarrear muchos males
y ser una amenaza constante contra el orden
y la industria; y para destruir esa sociedad no basta
que contra ella se coaliguen los poderes y
mucho menos los capitalistas.
Afán inútil sería querer detener los
torrentes con altos diques, estos cederían a la
fuerza continuada de las aguas ó los rebasarían
inundando las orillas y causando mayores
destrozos; inútil empeño habria de ser inteatar detener
al rayo en su caída, la ígnea chispa convertiría
en voladoras cenizas los obstáculos que á su paso
se opusieran.
Al hombre solo le es dado encauzar las
aguas y dirigir el rayo, pero no detenerlos en
su natural camino.
Así, pues, no so tracen fuerzas que
oponer á la Internacional, medios represivos con los que contener el clamor de venganza de la clase
trabajadora; trátese de buscar remedio á su
malestar y la asociación de obreros morirá por si
sola ó por lo menos .mejorará su condición y,
hasta quien sabe si podrá convertirse en una
sociedad benéfica.
No estará, sin embargo, todo hecho
cuidándose de las clases jornaleras, necesario es
que se mejoren también las condiciones de los
trabajadores
de la inteligencia. Dignos son también
de que se les atienda, porque acaso es mas
horrible su pobreza, mas desesperada su situación, y lo que
es peor, carecen á veces de medios decorosos para remediarla.
La exagerada afición desarrollada
pocos años hace á las carreras literarias, ha
producido un esceso de doctores y licenciados. No negaremos que entre unos existen muchos cuyos títulos
debieran romperse: abogado hay que no sabe diferenciar la acción de la corrupción, médico
que no sabe mas remedios que los caseros; licenciado
en Filosofía que no conoce á Krauíse, Espinosa,
Balmes ni siquiera de oídas; pero al lado de
estos se encuentran jóvenes de sólidos conocimientos,
excelente inteligencia y cuyos esfuerzos se
pierden en el vacío por falta de auxilio.
¡Cuántos hemos visto con dolor, partir
á las Antillas en busca de un porvenir que
no encontraban en su patria! ¡Cuántos otros aceptan destinos indecorosos á su carrera, apremiados
por necesidades es del momento!
A pocos hemos visto
abandonar la carrera en la que podían haber obtenido muchos
lauros; algunas hacerse empleados; otros, los
mas, han íngresado en los partidos políticos,
sin fé y sin creencias, seguros de alcanzar por la
intriga y
dudosos servicios lo que á su
verdadero mérito se negaba.
Y menos mal los que por estos medios
han logrado' cierto aproximado bienestar; ¡cuántos otros se consumen en serios estudios y
penosos trabajos, sin lograr siquiera la esperanza, de
venturoso porvenir!
Creemosos justo que los gobiernos, las
corporaciones y hasta los particulares, se acuerden que estos obreros de la inteligencia y como para
los de la industria, se estudien los medios de
mejorar su situación.
El remedio, afortunadamente, no es tan
difícil: con ampliar la oposiciones á muchos
mas cargos, terminar la eterna ley de sanidad,
aumentar el sueldo de empleados,suprimiendo los inútiles y dominando en todos el espiritu de justicia que excluya el favoritismo, los obreros
de la inteligencia, se habrán salvado.
F. O.
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