no puedo borrar, no quiero
tenerlo en mente, prefiero
antes que apagar recuerdos,
no estamos locos, sí cuerdos,
y … aquí, constato, refiero
evento, hazañas de antaño.
Pudo ser el mes de julio,
quizás fuera en septiembre,
pues los moscos abundaban,
nubes copiosas formaban,
a las vacas rodeaban,
y, éstas no piden auxilio,
su corpulencia es potente.
Cargamos sin dilación,
pesada manta y zurrón,
y buen cachavo en la mano,
hay vacas con buen campano,
este animal no es humano,
domado, fuerte, panzón.
A las cuatro de la tarde,
interrumpida la siesta
y desde el alto la Muela,
se dio la voz: “¡al Arroyo!”
Traspasada carretera,
que evite algún accidente,
superada la lindera,
van subiendo la ladera,
que les conduce a los campos …
(Vaca serrana: soriana,
gran mole de carne y cuernos,
monte: crestas vertebradas,
pelo negro en general,
su peso descomunal:
casi mil kilos,en vivo;
pezuñas anchas y duras,
rodillas con sus postillas,
panza gruesa, protegida,
por recia capa de cuero;
pescuezo muy musculado
y testuz monumental,
potente y muy reforzada,
por ejercicios supremos,
aguantando el duro yugo,
bien uncido con coyundas,
tras el ubio viene en carro,
la dureza del arado,
o el carro de vertedera;
pescuezo forjado a fuerza
de arar y de sacar carros,
de leña en Cantalaguna,
de hierba de la Rullana,
reforzados en peleas,
con las vacas de su raza,
quemados en los calores,
de las eras, ante el trillo,
potenciados en el carro,
de las estepas cargadas,
en el monte Moncalvillo;
pescuezos robustos, de oso,
que se fraguan en pesebres,
fortalecidos con piensos,
en pesebrera servidos,
contra”talangueras”recias
y en potros donde se herraban,
si era preciso, curaban;
prolongación de espinazo,
donde se acaba la espalda,
surge un fuerte y largo rabo,
acabado en gruesas cerdas,
manejado con destreza,
ahuyenta moscas y tábanos,
desde lomos a cabeza;
…donde abundan los pilones de agua transparente y fresca
y los buenos pastizales,
para nuestros animales.
Yo, los westerns recordaba,
pues los doscientos cabestros,
si se embestían o jugaban,
hacían temblar al suelo.
Tampoco debo olvidar,
que en casa éramos dos chicos,
que próximos en edad,
repetíamos experiencias;
Víctor, también acertó,
a ir al monte, de boyero,
dedicarse, con esmero,
¡tampoco le enamoró!
Cuenta también sensaciones,
no tan suaves, tan amables,
quizás por repetitivas,
no eran las mismas canciones.
Recuerda los recorridos,
también por los abarcones,
pastoreando los “cerriles”
que son algo más temidos,
por ser animales jóvenes,
no “domaos”, ni sometidos
Me habla del tío Miguelin,
esposo de la Isabel,
hombre paciente y amable
y tan buen conversador,
que enseñaba y animaba.
No opina lo mismo de otros
fueron,también, compañeros,
pero fruncían los rostros,
siendo un poco puñeteros;
mi hermano dice que el padre,
lo relevaba a dormir,
en el monte, a cielo raso
y que aquellas madrugadas,
eran duras de pelar,
por el rocio y aguadas.
“Chico, vete para arriba
no tiren “pa” Cuasauco,
que hagan primero el careo,
por el centro, por las Viñas,
y… no me las amontones,
que a su aire van mejor,
ellas forman sus partidas,
van a su libre albedrío,
beben cuando tienen sed;
atención en los pilones,
pues muestran su poderío,
que no se repita nunca,
el accidente de antaño,
cuando una vaca, en pelea,
con otras también muy bravas,
quedara en el pilón,
hundida, sin remisión,
pues se empotró de culo,
en el cubillo profundo:
tuvo que acudir gentío,
para ayudarla a salir
y que no hubiera secuela,
ni en personas, ni en vacuno,
me dijo Simón, “Chaval”
hombre de fuerza y de brío,
mientras Juan de la Cipriana,
que además era vecino,
vigilaba por abajo,
no venga la otra boyada,
las vacas de La Solana.
Pasadas dos o tres horas,
comienza a “marujear”
este ganado en el monte,
tras haberse alimentado,
en rastrojeras, cunetas,
por todo el Prado Encimero.
Cuando en los campos dormían,
el boyero se acogía,
tras las paredes del chozo,
con puerta muy reducida,
tanto así que vacas bravas,
incluso las más tranquilas,
no puedan meter la testa,
con su grande cornamenta.
Cerca de los abarcones,
el ganado va maduro,
han caminado y comido,
necesitan el descanso,
reparador, de la noche;
desaparecido el sol,
tras de la Peña Carazo,
las vacas van relajando,
su estructura y van rumiando,
en rítmico movimiento,
tumbadas o bien plantadas,
sobre sus cuatro patazas,
laxadas y muy tranquilas.
Generosos, los boyeros,
Juan, junto a tío Chaval,
proponen, anocheciendo:
¡venga, chico, vete a casa,
mañana al amanecer,
aquí nos encontrarás!
¡no pienso dormir en casa,
traigo merienda y almuerzo,
y buena y pesada manta!
(se me olvidó comentarles
que casi de noche y tan lejos
me costaría llegar
sin ayuda, a nuestro pueblo)
Durmiendo en la Merecaila,
a la sombra de una estepa,
de la que colgué la bota,
pues me aconsejó Simón,
que a la mañana estaría
fresco, de congelador.
Tumbado al “lao” de la mata,
el morral sirve de almohada,
por colchón: la misma tierra,
vestidos y con zamarras,
con ese beso dorado,
que es el beso de la luna,
allí, sin más protección;
ruda manta para el frío,
agua o vino por si hay sed,
la cachaba, pues las vacas,
que tumbadas, relajadas,
apenas mueven su testa,
cuando lo hacen tintinean
y los cencerros se alteran,
sonando suaves y rítmicos,
al compás del movimiento,
de sus pescuezos mecánicos.
Ignoro a qué hora dormimos,
bajo aquella inmensa luna,
ganó el cansancio a los nervios,
¡hasta mañana, dijimos,
sería sobre la una!
…las vacas, allí al costado,
confiamos, permanezcan
serenas, tranquilas, dulces,
hasta que levante el día,
despunte el sol, y amanezca.
Solo pasados los años,
visto desde la distancia,
piensas: quizás hubo riesgo,
pues dormir a la intemperie,
con todas las vacas cerca,
que si algo las alborota,
saldrían en estampida
y nosotros no tenemos,
más defensa que el cachavo
y metro y medio de estepa;
Otros lo hicieron primero;
Aquí no existen casetas,
de madera u hormigón,
como las que hay en los campos,
que sirvan de protección.
El no disponer de perros,
entre los tres “ganaderos”
no ayudaba demasiado,
no nos evita paseos,
pero puede que mantenga,
en la boyada, la calma.
La noche pasó, tranquila,
amaneció un nuevo día,
sobrevivimos, enteros,
las vacas y los vaqueros.
Queda un hermoso recuerdo,
de sentirte valorado,
por expertos veteranos,
con los que bota compartes
y… atento con el ganado,
pastoreando, escuchando,
algo aprendes de esas artes;
al lado de aquellos hombres,
soportando noche dura,
Juan, Simón, eran sus nombres,
te acercabas a su altura.
Paco Moral
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