Iba por el camino crepitante:
el sol se desgranaba como maíz ardiendo
y era la tierra calurosa un infinito círculo
con cielo arriba azul, deshabitado.
Pasaron junto a mí las bicicletas,
los únicos insectos de aquel minuto
seco del verano, sigilosas, veloces, transparentes:
me parecieron sólo movimientos del aire.
Obreros y muchachas a las fábricas iban
entregando los ojos al verano,
las cabezas al cielo, sentados en los élitros
de las vertiginosas bicicletas
que silbaban cruzando
puentes, rosales, zarza y mediodía.
Pensé en la tarde cuando los muchachos
se laven, canten, coman,
levanten una copa de vino
en honor del amor y de la vida,
y a la puerta esperando la bicicleta
inmóvil porque sólo de movimiento fue su alma
y allí caída no es insecto transparente
que recorre el verano, sino esqueleto frío,
que sólo recupera un cuerpo errante,
con la urgencia y la luz,
es decir, con la resurrección de cada día.
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