EL REY CRISTIANO DESTRONADO POR SU OBESIDAD QUE SE SOMETIÓ A UNA ESTRICTA DIETA EN AL-ÁNDALUS
En el año 958, Sancho I de León, al que los cristianos y los moros conocían por el sobrenombre de el Craso (el Gordo), fue depuesto por nobles rebeldes, que esgrimieron como excusa para su actuación el hecho de que el monarca no podía cumplir con dignidad las funciones regias debido a su extrema gordura. Alegaban los nobles rebeldes que un rey que no podía montar en caballo ni era rey ni podía serlo. Su abuela, la reina de Navarra, buscó ayuda en la corte califal de Córdoba: pidió a Abderramán III cura para la obesidad mórbida de su nieto y apoyo militar para que pudiera recuperar el trono.
En la capital andalusí, el médico personal del califa, Hasday ibn Shaprut, judío jiennense, sometió a un estricto régimen al monarca leonés y logró rebajar su peso.
Encerraron a Sancho en una habitación, lo amarraron a una cama y le cosieron la boca, dejando una pequeña abertura para que ingiriera líquidos por una pajita. Durante cuarenta días lo alimentaron exclusivamente a base de líquidos —siete infusiones diarias en las que combinaban agua salada, agua de azahar, agua hervida con verduras, de frutas…—. El tratamiento le causó al sufrido Sancho frecuentes vómitos y diarreas que aceleraron su adelgazamiento. También le aplicaban baños para relajarle y hacerle sudar, así como frecuentes masajes para mitigar la flacidez de la piel.
Dos años después el depuesto rey estaba en plena forma y dispuesto a regresar a León. De este modo el soberano pudo cabalgar como era debido, y el auxilio de tropas cordobesas le permitió recuperar la corona perdida.
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