Hay dulzura infantil
en la mañana quieta.
Los árboles extienden
sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
cubre las sementeras,
y las arañas tienden
sus caminos de seda.
¿Rayas al cristal limpio
del aire?.
En la alameda
un manantial recita
su canto entre las hierbas
y el caracol, pacífico,
burgués de la vereda,
ignorado y humilde,
el paisaje contempla.
La divina quietud
de la naturaleza,
le dio valor y fe,
y olvidando las penas
de su hogar, deseó
ver el fin de la senda.
Echó andar e internóse,
en un bosque de yedras
y de ortigas. En medio
había dos ranas viejas,
que tomaban el sol,
aburridas y enfermas.
Esos cantos modernos,
murmuraba una de ellas,
son inútiles. Todos,
amiga, le contesta.
La otra rana, que estaba
herida y casi ciega:
Cuando joven creía
que si al fin Dios oyera
nuestro canto, tendría
compasión. Y mi ciencia,
pues ya he vivido mucho,
hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan,
pidiendo una limosna,
a una ranita nueva,
que pasa presumida,
apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío,
el caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
la otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero,
volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
dice el caracol. ¿Ni rezas?
tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre,
en el agua más serena,
junto a una tierra florida,
que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo,
un día mi pobre abuela,
que al morirme yo me iría,
sobre las hojas más tiernas,
de los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
la verdad te la decimos
nosotras. Creerás en ella,
dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
gime el caracol. Sí, creo
por siempre en la vida eterna.
Que predicáis...
Las ranas,
muy pensativas, se alejan,
y el caracol, asustado,
se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas,
como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
yo no, dice muy triste
la rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
al sentir la firmeza
con que llaman mis hijos
a Dios desde la acequia...
El pobre caracol
vuelve atrás. Ya en la senda,
un silencio ondulado
mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
arrastrando tras ellas
a otra hormiga que tiene
tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
a vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
dice muy tristemente:
yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? ?dicen
las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
pensativo: ¿estrellas?
sí, repite la hormiga,
he visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
que tiene la alameda
y vi miles de ojos
dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
son luces que llevamos
sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
perezosa y perversa,
el trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
ya rendida se muera.
Por el aire dulzón,
ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
huele la tarde inmensa
y dice, es la que viene
a llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
huyen al verla muerta.
El caracol suspira
y aturdido se aleja
lleno de confusión
por lo eterno. La senda
no tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
de sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
llaman gente a la iglesia.
y el caracol, pacífico,
burgués de la vereda,
aturdido e inquieto,
el paisaje contempla.
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