Pasé mi infancia en Escatrón, un pueblo de Zaragoza a orillas del río Ebro. Las más apasionantes aventuras de mi infancia, era el encuentro con una nidada de gorriones, en el mes de agosto, cuando ya la mayoría de las aves habían terminado de criar a sus pequeños, y muchas de ellas se habían ido a causa de la muda. Era frecuente entonces oír a algún compañero de correrías, por el monte, el bosque o el río Ebro, contar el haber encontrado una perdiz con la pata rota, Todos permanecíamos con la respiración entrecortada, mientras seguíamos a través del relato los percances de la aventura, llegamos ante el pinar vallado del tío Mamés y cuando más ajeno me encontraba de lo que ocurría a mi alrededor, delante de mi salió una bandada de perdigones; debían de ser unos veinte, o por lo menos quince, no me dio tiempo de contarlos. No me había repuesto de la sorpresa y me dispuse a correr tras ellos, para traer a casa unos cuantos y criarlos, la perdiz madre dio un chillido y en el acto, me pareció que a los perdigones se los había tragado la tierra. Pero a unos metros de distancia, vi a la perdiz dando saltos torpes y arrastrándose, como si estuviese coja o tuviese un ala rota y entonces salí corriendo detrás de ella con todas mis fuerzas. Dos o tres veces, creí tenerla en la mano, pues pude acercarme a un metro escaso de ella, pero, cuando iba a agacharme y alargar la mano, daba unos saltos más y se repetía la escena, Saltó la cerca del pinar y yo tras ella; sus alas, como si estuviesen tronchadas, se hallaban extendidas y rozando al suelo, mientras la perdiz corría con torpeza entre las retamas, ya no podía correr más, entre el cansancio, la sed y la excitación, por otra parte, se me hacía tarde y estaban esperándome en casa y por ésto tuve que desistir. Aún volví por el lugar en que vi los perdigones, pero ni uno pude descubrir; aquello parecía cosa de brujas.
Este relato era frecuente; algunos viejos del pueblo, me decían que a ellos les había sucedido lo mismo más de una vez, ya que la perdiz hace estas cosas, para alejar todo el peligro de sus pequeños, pero a mi me quedó siempre la duda de que esto pudiese suceder en la realidad. ¿no será ésta una de tantas fábulas en que los animales, se nos aparecen con una astucia muy superior a la del común de los mortales?
Y sin embargo, el hecho es cierto, no solamente con referencia a la perdiz, sino con respecto a muchas otras aves, Por mucho que nos asombre, treta tan ingeniosa en un animal, con la cabeza tan pequeña y de una experiencia tan limitada, nadie lo debe poner en duda.
Hay muchas especies, usan tretas parecidas, se fingen cojos, para convencer a cualquiera del valor biológico de la ficción o si se prefiere de la mentira. ¿Pero, mienten o fingen las aves realmente? Creo que no, es hereditario y ajeno a su voluntad, como puede serlo, la incubación, o cualquier otra conducta. Somos nosotros los que podemos diferenciar entre la ficción y la mentira.
Para mi es un misterio, como ha llegado a fijarse este instinto en las perdices adultas y como los perdigones responden a la misma situación de peligro, acurrucándose al oir la voz de alarma de la madre.
Sería tan pueril, tachar de astuta a la perdiz, como ver en sus actos las virtudes maternales. Pero lo que nadie que tenga ojos, dejará de ver, que actos como éstos, son una incógnita y un misterio de la vida.
El día que los Psicólogos, estén en condiciones de ver los contornos de esta incógnita, podrán ver también cual es el secreto de nuestra aparición en esta roca, perdida en el espacio.
J. Plou
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