En
Esparta, como en Atenas, como en Roma, como en todas las ciudades del
Viejo y el Nuevo Mundo, consideraron al trabajador como esclavo, como
vil, como ilota y como paria. Aquellos espartanos, que se preciaban
de ser los primeros republicanos, los escarnecían, los despreciaban.
Para todos existían leyes, menos para ellos.
Los
llevaban a la guerra para luchar contra los extranjeros, y cuando les
proporcionaban, por su valor y su energía , por el deseo de ser
libres , el triunfo sobre sus contrarios, el premio que encontraban ,
la recompensa que le otorgaban era el asesinato. Los invitaban a
banquetes para celebrar su triunfo y su emancipación, y allí el
último de los manjares era el pérfido puñal de sus iracundos
señores. El trabajo era una vileza sólo destinado al esclavo. El
hombre libre no se ocupaba sino de la guerra y de consumir los
productos que los esclavos le proporcionaban. La holganza era el
mayor título de nobleza de aquellos oligárquicos republicanos. Pero
la crueldad, la infamia no estaba limitada solamente a la despótica
Esparta. En Atenas, a quien las artes y la industria dieron en la
antigüedad renombre, no era ciertamente menos tiránica que Esparta.
300.000 esclavos, privados de todo derecho , aniquilados,
explotados, y de los cuales podían hacer sus señores cuanto
quisieran, incluso privarles de la existencia, eran los trofeos de
aquella República, que presumía de ser la iniciadora de las tablas
de la ley, del derecho, de la justicia y de la democracia.
Y
no obstante, todo esto es un pálido reflejo, comparado con lo que
sucedía en Roma. La iniquidad más refinada no puede inventar
mayores crueldades ni mayores infamias. Cuesta inmenso trabajo creer
que hubiera seres tan envilecidos, tan degradados que gozasen en
arrojar a sus semejantes a los estanques para que fueran devorados
por los peces que después habían de servirles a la mesa; que
comprasen esclavos para arrojárselos a las fieras del Circo, a fin
de distraer sus ocios , o que los convirtieran en combustible para
iluminar sus jardines.
¡Qué
crueles lecciones presenta la historia de todos los tiempos! Es
necesario que ella lo acredite , que lo testifique con hechos para
poder adquirir el convencimiento de que tales actos de barbarie y
salvajismo han podido tener lugar y ser tolerados en sociedades
reputadas como cultas. Pues bien hasta hoy el obrero ha sido el
yunque sobre el cual han descargado todas las clases el martillo.
Hasta hoy hemos sido el pedestal sobre el cual se han elevado todas
las tiranías para tenernos oprimidos. Hasta hoy hemos luchado por
todas las causas que hemos creído justas, y cien veces vencedores,
pero, en definitiva, fuimos los vencidos. Cuando después de la lucha
volvimos al taller, lo encontramos en iguales o peores condiciones
que antes de la lucha. La libertad nos ha contado como sus más
fieles adeptos, la democracia como sus más devotos hijos, y la
República nos ha costado ríos de sangre y la pérdida de los más
preciados hijos del trabajo.
Sin
embargo de esto, puede decirse que nos encontramos al principio de la
partida. La cadena con que se nos oprimía la hemos roto, a fuerza
de titánicas luchas, los eslabones del siervo y el esclavo. Sólo
uno nos falta romper, que no es menos humillante y vergonzoso: el del
salario y unas pensiones dignas. Rompámosle. Un último esfuerzo, y nuestra obra se ha
realizado. Un último esfuerzo y cesan de una vez para siempre ia
miseria, la ignorancia, la esclavitud. Y para esto no es necesario
derramar más sangre , no es menester lucha fratricida. Basta y sobra
con que todos los que del trabajo vivimos nos agrupemos y trabajemos
sin tregua ni descanso hasta ver implantado el imperio de la
Justicia, de la Verdad y de la Moral, símbolo de nuestra redención
y de la redención de la humanidad.
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