No
faltaba mucho para llegar a Despeñaperros, pero lo bastante para
gozar algunos recuerdos de su vida, acariciando al mismo tiempo la
cabecita de aquella mujer que, tranquila y feliz, dormía recostada
en su pierna derecha. ¡Qué ángulo mas gracioso y más femenino
hacía todo su cuerpo acurrucado. Juan Ambición se reía de la
ingenuidad de su primera cura; cura que le valió todo lo que era.
Salía orgulloso del colegio porque había ganado un «Quijote» ; el
premio más alto al cual un escolar carolinense podía aspirar. Un
compañero de su misma edad—diez años—e hijo de minoro como él
venía a darle un abrazo de enhorabuena. Tropezó, cayó y se hizo
una rozadura bastante grande en la rodilla izquierda. El abrazo fué
dado, a pesar del escándalo de la sangre. No hizo caso, y mal se
vendó con un pañuelillo. —¡ Bah, «esto no es nada» bromeó,
riéndose. Juan le aconsejó que se lo cuidara, «pues a lo
mejor...». El herido le cortó el razonamiento con una carcajada y
un título ; —Adiós, médico Días después tuvo que curarle Juan,
porque «aquello criaba costra en falso y una infección horrible», con
trozos de trapitos muy limpios empapados en agua oxigenada y polvo de
iodo... Los compañeros de colegio le ratifícaron el título: —¡Juan
Ambición es el mejor médico de La Carolina! Con agua y unos
polvillos del diablo que huelen muy mal lo cura todo. Un día
Juan.Ambición le dijo a su padre: —Padre, yo quiero ser médico
para curar a todos los muchachos de La Carolina. Aquella petición
venia a amargar más la situación de ánimo que le forjó el maestro:
-Su hijo es inteligentísimo lo mejor de la escuela! Está en
condiciones para hacer el ingreso en el Instituto, y al poder
estudiar una carrera llegaría a ser un gran profesional, quién sabe
si sería la honra de La Carolina y de España entera; y ¡quién sabe!, i
quién sabe...! —Pero si yo soy un minero muy trabajado, y aunque
no tengo más que un hijo el jornal no da para tanto. No puedo. No
puedo. Cuanto antes lo pondré con un oficio, por si muero o me pasa
algo en el hoyo... —i Qué lástima ! ¡ Qué lástima í
—susurraba el maestro. —¿Quieres ser pintor?—le preguntó el
padre, por contestarle algo. —Huertas a todo el mundo quiere
hacerle pintor. ¿Por qué no me hace médico? Quiso reír su padre,
pero no podía; una angustia bárbara le dominaba, y una idea fija...
: ¡Que un hijo de un trabajador quiera ser..., no pueda ser lo que
quiera! iCuántos hijos de ricos serán médicos, abogados,
arquitectos, ingenieros... a la fuerza, sin tener condiciones para
ello, por pura y ridícula vanidad y para martirio de los humanos.
Aquella noche le esperaba lo imprevisto, En la calle de Olavide, cerca de la Casa del Pueblo,
don Miguel Garibay le detuvo y le dijo sin preámbulos: --Se que tu
hijo quiere ser médico. Lo sé por su maestro, como por él sé todo
lo que vale. Hasta la cura —.v se echó a reír —que le ha hecho
al hijo de Cancela. Tenlo todo preparado, que si tú quieres tu hijo
estudia en Madrid el bachillerato y la carrera de Medicina. Vivirá
allí con mi hermano Pedro. Una lágrima; la verdad: otra lagrima,
iPara qué se va a ocultar otra lágrima!... Ninguno de los dos
hombres pudieron mirarse; pero sus manos se estrecharon., Don Miguel
Garibay, célebre escritor vasco, amante de Andalucía, en plena
apoteosis de su arte, quiso hacer realidad lo que tantas veces v tan
bellamente, forjó su fantasía. Juan Ambición besó, por último.
sus recuerdos, con este puro beso de agradecimiento hacia su
inolvidable protector don Miguel Garibay:
—¡Don
Miguel! ¡Don Miguel! usted fué para mi lo que debió ser la
sociedad en general. Yo triunfé gracias a usted: pero, cuántos
genios y cuántas glorias no han llegado a nada, porque
no encontraron en su camino un hombre, cuando lo que debieron
encontrar fué una Humanidad! El cirujano más afamado de Madrid y el
que más tiempo dedicaba a los enfermos pobres, Juan Ambición, iba a
gozar en La Carolina su último triunfo, trabajar incansablemente
para curar a los trabajadores enfermos y para educar a los sanos en
la lucha contra la enfermedad. Carmen Palma se despertó
sobresaltada, y encarándosele graciosa y melosamente le dijo; —Pero
hay que ver qué mala idea tienes. No me has despertado, y ya hemos
pasado Despeñaperros. —Lo habrás soñado. Despeñaperros se les
ofrecía con toda su grandiosa belleza, recogiendo sus picachos más
altos esta hermosa e inolvidable frase de mujer, arropada con besos
apasionados: —¡Dime, bien mío, que esto no es sueño, sino una
realidad! Juan Ambición reía...,La Carolina: Minas de plomo;
Cáncer de trabajadores. La Carolina: Un pueblo hermoso, sano,
alegre, bien forjado, triunfando en sus calles la línea recta y en
.sus plazas la curva bella e inteligente. No hay en La Carolina una
curva torpe, muy a propósito para el romanticismo, porque La Carolina . no puede daros más que rectas
bellísimas, rectas bellísimas que las convierten en dolorosas al
llegar a sus minas; rectas limitadas con gruesos trazos rojos; camino
sin antes llevar en sus formas el recuerdo de una salud, de una
existencia; salud y existencia de seres que viven en la más absoluta
paradoja: seres que buscan la muerte para encontrar la vida. Carolina
entera, pueblo tan querido para mí posees un romanticismo
inolvidable. Yo palpo día y noche, verano e invierno. Juan Ambición
y Carmen Palma pasean por Molino de Viento. Molino de Viento es el
patio de La Carolina, el perfumado y bello patio andaluz de La
Carolina. Juan y Carmen no se sabe donde han robado eternidad; La
Carolina, muy cerca, satisfecha y esponjada como una madre que sabe a
felicidad honrada de sus hijos, les hace un precioso y romántico
fondo, como acariciándolos. ¿No oís como cruje la arena del paseo?
El padre de Juan Ambición, haciendo esfuerzos sobrehumanos de minero
viejo, va en busca de su hijo, corriendo, A su vejez corriendo? ¿Por
quién? --Juan, Juan, ¡hijo mío! —Padre, qué ocurre ? —Leandro
Vianos se ha puesto gravísimo. Un hombre, que
es un médico, y un médico acariciado por la fama,
hace también crujir la arena del paseo del Molino de Viento. Juan
Ambición va corriendo para llegar antes a casa del enfermo. .Carmen
Palma lleva húmedos los ojos, no se sabe si por el ser que está
grave o por el ser que corre con ansia de salvarlo. El padre de .Juan
Ambición reza esta letanía humana: —Otro minero... i Maldito
plomo, cómo nos mata ! Juan Ambición tanto va corriendo que parece
que vuela, vuela, pero no tanto como su pensamiento. Va diciéndose a
sí mismo; —Desde pequeño quise ser médico para hacer bien a los
zagales. De mayor, me alegraba estudiar Medicina porque podría
salvar a muchos seres la vida. Hoy, que tanto bien he hecho ya,
siendo solamente doctor en Medicina me considero un pigmeo. Quiero
ayudar para que se forje poco a poco una sociedad mejor, donde a los
nunca bastante queridos ancianos, a los pobres niños y los no menos
pobres jóvenes, no les falte el pan del cuerpo y el del pensamiento.
La Carolina es una ciudad, una bella ciudad, en cuyas venas corre
sangre de trabajadores; ¡Bendita seas! .
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